30 octubre 2009

Malparaíso




Malparaíso, el inmenso valle maldito de la Llanuras Arcaicas, despidió a la Tres Lunas que fueron engullidas por el inmenso sol, como si de una ballena milenaria se tratara. El sonido de los insectos nocturnos desapareció con ellas, cobijándose en sus respectivas guaridas, hechas de lodo y miedo. Las plantas saludaron al rocío y los depredadores comenzaron la cacería, ajenos totalmente a los que dormían dentro de la choza guarecida bajo el más inmenso árbol que ningún gurú pudo haber visto en sus sueños.

Los durmientes, un hombre y una mujer adultos acompañados de una hermosa niña, retozaron bajo las pieles de mamut blanco, hasta que la mañana despertó primero a Helena, que, irguiéndose, estiró los brazos, desperezándose en silencio para no despertar a sus compañeros de viaje. Se levantó, sigilosa, y salió de la cabaña con un cuenco de barro para recoger el agua que brotaba del manantial, donde por la noche habitaban los fuegos fatuos.

Helena.

Helena Encadenada era su nombre. Encadenada a unos recuerdos, a unos deseos, encadenada a una vida que marchaba hacia atrás irremisiblemente, una vida donde los más débiles pasarían de ser hombres a niños, de niños a fetos y éstos a convertirse en moléculas... y luego nada. ¿No era esto lo que le estaba ocurriendo a la pequeña Emeralda? La dulce niña que yacía en la choza junto a Calévala, el hombre que las guiaba por las Llanuras Arcaicas. Emeralda se consumía cada día que pasaba, ¿y no estaba empezando a sucederle a Calévala y a ella misma? La civilización se ha derruido y los bosques vuelven a brotar, hacía ya unos días que vieron volar a un dragón. ¿Cuántos decenios pasaron desde que se vio el último de los dragones?

En el manantial, Helena bebió de su rostro inundado, su cabello largo y oscuro mojaron las puntas en ella, cerrando sus siempre sorprendidos ojos, mojando la diminuta nariz y absorbiendo con gruesos labios de deseo. El agua... la última vez que vio el mar las olas iban hacia el horizonte, no a la orilla, sino de forma inversa, escapando de ella.
Recogió el agua y volvió sobre sus pasos. Cuando llegó al claro donde se hallaba la choza descubrió a Calévala en pie, al verla se lanzó sobre ella, cogiéndola con sus rudas manos por los brazos.
-¿Dónde demonios te habías metido? - preguntó, sobresaltado, mirándola con desesperación a los ojos.
Helena sonrió y echó una mirada al cazo con agua, el hombre hizo lo mismo y al comprobar la razón de su marcha se disculpó, soltándola y dándole la espalda, simulando, una vez más, la frialdad que quería que todos vieran en él.
-No tienes que disculparte, me siento halagada al saber que te preocupas por mí.
-Lo hago por Emeralda.
Helena quiso reprocharle algo pero se contuvo, llevando el cazo a un rincón de la tienda, depositándolo en el suelo. No era nuevo que Calévala ocultara sus sentimientos, sobre todo desde que hicieron el amor por primera vez, allá, en las Tierras Desoladas, semanas después de conocerse, pero Helena tenía la impresión de que el guerrero quería transmitirle el absurdo mensaje de que si copulaba con ella era simplemente para cumplir el deber de todo hombre cuando pasa tanto tiempo junto a una mujer. Helena no lo creía así, aunque podía llegar a comprender a su compañero de viaje, ya que el código de honor de todo Guerrero Ancestral prohibía que éste llegara algún día a enamorarse.
-¿Quieres encender el fuego? - preguntó la chica cuando todavía no había descubierto que ya lo estaba haciendo. Contempló la figura y los impresionantes músculos que el hombre poseía. Era una persona inmensa de larga cabellera y facciones duras e intransigentes, pero aún así era capaz de moverse de manera grácil, dulce y pausada. Helena sintió deseos, pero pronto los apartó de sí para entrar en la choza, quería comprobar si la suave niña de ojos verdes ya había despertado.
-Emeralda...-la llamó - cariño, despierta...
La niña inundó a Helena con su mirada profunda e hiriente y luego saltó a abrazarla. La mujer sintió una tremenda punzada de dolor en sus vísceras, Emeralda estaba destinada a desaparecer, como todos ellos, si antes no encontraban el Bosque de los Elfos Errantes, donde el tiempo era inmaterial, aunque los elfos se hubieran convertido en seres violentos, descarnados y sanguinarios, como las noticias anunciaban. Ellos tres llevaban ya muchos meses en la búsqueda de su tierra, en busca de respuestas, respuestas que podrían hallarlas donde vivía el Mago, en el corazón del Bosque, que los Elfos Errantes nunca podrían traspasar.
-¿Hemos de marcharnos ya? - preguntó la niña con la dulce voz que encantaba los oídos de quienes la escuchaban.
-En cuánto hallamos repuesto energías, Calévala ya está encendiendo el fuego.
Emeralda dibujó una mueca de resignación y se puso en pie. Helena estaba a punto de salir de la tienda cuando la pequeña la detuvo.
-¿Voy a desaparecer, verdad?
Helena la miró, quiso transmitirle serenidad, pero tan sólo pudo mirarla. Su voz se quebró y no había forma de que saliera.
-Y vosotros también - continuó la niña - tú y Calévala. Cada día os veo más jóvenes.
-Emeralda...
-No importa Helena, no hace falta que digas nada, brilla la evidencia.
Al decir esto pasó por debajo de su cuerpo y salió al exterior, fuera se pudo escuchar el saludo del guerrero mientras Helena permanecía dentro enterrando su rostro en las manos, recordando el día, tanto tiempo atrás, en que encontró a Emeralda. Por entonces era una preciosa adolescente, ¿y ahora? Ahora todo aquello había desaparecido, y las olas huían de la orilla del mar. Aspiró una gran bocanada de aire y la contuvo, relajándose. Cuándo creyó que ya lo había conseguido salió de la choza. Allí estaba Emeralda, sentada frente al fuego, juntas las rodillas contra el pecho, parecía ensimismada, contemplando los destellos de las llamas alzarse y caracolear las unas con las otras, mientras, Calévala vertía en el cazo las hierbas alimenticias que siempre llevaba encima.
Sí, no podía desecharlo de su cabeza, cuando se conocieron, Emeralda era una bella adolescente, ahora no aparentaba más de diez años. Helena se sentó junto a la niña y le acarició el pelo mientras miraba el bosque, contemplando el fuerte verde de los árboles milenarios. Las hojas susurraban frotándose las unas contra las otras, y a veces se oían gritos, de algún animal cazando a un ser más débil.
-¿Hacia dónde nos dirigimos? - preguntó Helena a la figura del hombre acuclillado en el suelo, preparando el brebaje. Calévala miró al cielo y no dijo nada. Tan sólo habló Emeralda.
-¿Por qué no lo dejamos? Creo que deberíamos aceptar nuestro destino, yo... yo cada vez me siento más débil y noto cómo mi cerebro mengua, creo que pronto no podré razonar, aunque ahora lo haga de forma coherente, como corresponde a mi edad. A mi edad real.
La niña lanzó una rama al fuego, ésta crepitó dentro de él. Helena, mientras tanto, se levantó, frustrada, y se alejó un poco de ellos.
-¿Hemos de desfallecer ahora? Llevamos meses buscando.
-Exacto - dijo Emeralda.-Demasiado tiempo, creo yo.
-Calévala. ¡Habla! Cuánto camino nos queda, o tú también desistes.
-Ni siquiera sabemos si existe el Bosque de los Elfos Errantes - dijo el Guerrero Ancestral.
-¡No puedo creer lo que estoy oyendo! - se desesperó Helena - ¡Eres un Guerrero Ancestral! Un mercenario sin reino al que servir y que se aliaba con los que más pagaban, seguro que has recorrido el mundo entero en todos sus planos dimensionales.
Calévala se irguió y fue hasta la chica, encarándose a ella.
-Me alié con los piratas del Mar Oscuro para conquistar las Tierras Impías, estuve con los elfos de los bosques de Mitágoras, con los hombres del rey Astracan y con los enanos de las Montañas Duras. Efectivamente, he recorrido el mundo entero y nunca he visto ningún bosque de los Elfos Errantes.
-¡Pero existe!
-Cada vez estoy menos seguro.
Helena alzó un brazo para golpear al hombre pero éste la detuvo, la agarró con una mano y con la otra le rodeó el cuello, la chica comenzó a emitir sonidos guturales ante la expresión de ira contenida del guerrero.
-De acuerdo. ¿Por qué no os matáis entre vosotros? - dijo la niña detrás de ellos. Y ante esto Calévala se relajó, soltando a Helena, que se lanzó a correr al encuentro de Emeralda, bajando al suelo y abrazándola.
-Si quieres marcharte vete, yo nunca te pedí que nos acompañaras - le gritó Helena al guerrero.
-Y te enfrentaras a los orcos a salivazos, cuando los encuentres.
La chica lanzó un grito de rabia y Emeralda se zafó de ella, metiéndose en la tienda de nuevo.
-A veces creo que tu único propósito en éste viaje es acostarte conmigo.
Calévala guardó silencio.
-¿Ni tan siquiera lo desmientes?
-Será mejor que bebas tu ración, a ver si te tranquilizas.
-Sólo quiero que le des esperanzas a ella.
-Tú y yo también retrocedemos.
-Pero de forma más lenta.
Un bramido rompió el cielo y el sol se oscureció por momentos. Un dragón majestuoso, de escamas de oro negro, desplegaba sus alas imponentes rasgando el aire, blandiendo su cola de punta mortífera y clamando a los dioses su existencia. Helena y Calévala se miraron.
-Ya no quedaban dragones - anunció ella con voz melancólica, mirando al guerrero, buscando un camino, una ilusión que cada vez más parecía sumirse en una gruta de podredumbre hambrienta.
El hombre se agachó y bebió del cazo su contenido. Mirando al infinito dijo:
-Acaba de formarse otro mundo, y para que éste avance, para que su historia prosiga, nosotros debemos retroceder, al igual que otro mundo paralelo tuvo que consumirse para que nosotros continuáramos procreando, al menos esto era lo que los antiguos libros de los magos que regían el destino anunciaban. Los leí donde nací, no me preguntes cuando fue, en el lago Milaguas. Nunca creí en nada, por entonces ya se estaba forjando un Guerrero Ancestral. Quien sabe si los Elfos Errantes son tan sólo elfos que han retrocedido en su evolución a su estado más primitivo, y, aunque sienta profundamente decirte esto, creo que nada puede salvarnos ya.
Helena agachó la cabeza e imaginó las olas lanzarse al horizonte, las aves convertirse en huevos, los árboles en semillas y el agua en hielo.
-¿Qué nos queda? - preguntó Helena mientras Calévala le daba la espalda.
-¿Qué nos queda? - insistió alzando la voz, turbando los árboles.
-¿Qué nos queda? - de nuevo, dirigiendo su lamento a los dioses que regían el destino.
Y Calévala no pudo contestar. Sólo lloraba.



La noche se hizo otra vez en Malparaíso y ahora las Tres Lunas eran las guías de los dragones que surcaban el universo en busca de su especie renacida. En la choza aún habitaban los tres seres desesperados, durmiendo, a excepción de Emeralda que, tumbada de costado, intentaba intuir su mano de entre la oscuridad, su pequeña mano. Su consumición se aceleraba y cada vez se hacía más niña, aunque su cerebro parecía ofrecer mayor resistencia, y aquello era lo más duro, si al menos fuese también ingenua... Había veces, como aquella, que se lamentaba de no haber podido saborear los placeres que su cuerpo estaba a punto de ofrecerle, cuándo todo volvió para atrás. Incluso ahora, en ocasiones, sentía deseos carnales, sobre todo hacia Calévala, pero su mente estaba atrapada en un cuerpo de una niña de diez años. Y ya estaba cansada de buscar. Quería permanecer allí, esperando a que todo acabara, y no creía que tardase mucho en llegar ese final. Por favor que no tarde...
Sus vacilaciones se vieron rotas cuando Calévala se levantó y salió de la tienda, a buen seguro que creía que ella estaba durmiendo. Emeralda fue tras él, comprobando antes que Helena seguía profundamente abrazada a Morfeo. Cuando salió encontró al guerrero de pie, en medio del claro, contemplando las Tres Lunas, con una daga en la mano. La niña se acercó a la poderosa figura. Cuando el hombre notó su presencia, habló.
-¿Quieres ver a un Guerrero Ancestral llorar?
-Te he visto hacerlo muchas veces.
-Y no quiero seguir haciéndolo. Creo que me he vuelto débil.
-¿Qué quieres hacer?
-No puedo seguir aquí, no quiero ser como... como
-¿Cómo yo?
-Me he estado engañando a mí mismo creyendo que hallaríamos el Bosque de los Elfos Errantes. Y si existiera ¡Qué! Allí todo sería igual. Lo siento Emeralda, lo siento por ti y por Helena, sé que soy egoísta, pero no puedo hacer otra cosa, aquí estáis bien, os encontráis a salvo, no hace falta que os mováis, que sigáis viajando, tan sólo tenéis que esperar. Yo, por mi parte, estoy derrotado, y siguiendo el juramento de un Guerrero Ancestral, no puedo permanecer arrodillado, lo siento.
Dicho esto posó la daga sobre su vientre, pero Emeralda se la apartó, le pidió que se arrodillara, que se pusiera a su altura. Con las manos le secó las lágrimas y le apartó el pelo de la cara, le acarició.
-Cuánto sufres...-le dijo. Y acercó sus labios a los de Calévala, besándolo, un beso largo, dulce, prolongado, y mientras lo hacía le cogió la daga, abriéndole los dedos de la mano con delicadeza, la empuñó y la clavó en el duro corazón del Guerrero Ancestral. Este no lanzó ninguna exclamación, continuó besando a Emeralda, aún cuando su boca se llenó de sangre, aún cuando llenó también la de la niña. Despacio, todo comenzó a perder consistencia para Calévala, todo se sumía en un suspiro, hasta que su espíritu se elevó, alzándose a lomos de un dragón dorado que lo llevaría más allá de la cara oculta del universo, donde habitaban sus antiguos compañeros.
El cuerpo del guerrero cayó al suelo en un golpe sordo y Emeralda escupió la sangre que tenía en la boca. Había hecho lo que él quería, aunque no sabía muy bien por qué, sintió como si el espíritu de Calévala le hubiera inducido a ello, pero aún así se sintió desolada y perdida y se lanzó al cuerpo del guerrero para llorarlo. Helena salió de la tienda, y perdiendo la serenidad fue a reunirse con ellos, arrancando la daga del corazón, como si haciendo esto lo reanimara, pero consiguiendo tan sólo que brotara una fuente de sangre. Apartó a la niña de él, que también estaba ensangrentada, la cogió en brazos, besándola y llorando, mientras Emeralda tan sólo contemplaba el cuerpo inerte, sintiendo envidia del guerrero abatido.
-Yo cuidaré de ti - le susurraba Helena, pero Emeralda sabía que ya nada podría hacerlo.


Recortándose en las dunas del desierto se dibujaban las figuras de una chiquilla de no más de quince años sosteniendo a un bebé sobre sus brazos. El bebé se llamaba Emeralda y hacía ya tiempo que murió deshidratada, pero la chiquilla, Helena Encadenada, no se resignaba a su muerte. Hacía ya muchas estaciones atrás que habían abandonado Malparaíso, dejando el cuerpo de Calévala donde murió. Allí crecería el futuro de la historia, dijo Helena a Emeralda, y puede que no le faltase razón, aunque ellas no lo vieran nunca; porque la figura recortándose en las dunas del Vasto Desierto cada vez se hacía más pequeña, y el bebé en sus brazos ya había desaparecido, y la figura que se recortaba en las dunas era una niñita, de cabello negro y ojos sorprendidos, que un día vio las olas del mar huir de la orilla, tanto tiempo atrás, cuando aún era mujer, aunque ya no recordaba nada, porque su pequeño cerebro había perdido la capacidad de la memoria.

30 septiembre 2009

Bucle



11:54 de la mañana.

Tengo las manos sobre el teclado. El dedo meñique de la izquierda está presionando la tecla “control” y el pulgar la “Alt”. El dedo índice de la derecha está sobre el “Suprimir”.

De nuevo.

11.55 de la mañana.

Mi mujer está viendo la televisión en el salón. Echo la silla del despacho hacia atrás y giro la cabeza, aguzando el oído. Esta situación sólo puede ser producto de otra pelea más.
Me levanto y voy hasta la cocina.

11.58 de la mañana.

Me sitúo detrás del sofá donde está sentada mi esposa. Desconozco lo que está viendo por el televisor. Le coloco una mano en la boca, presionándola fuerte y con la otra utilizo el enorme cuchillo que he cogido de la cocina para cortarle la carótida. La sangre a presión dibuja un bonito mosaico en la pared. Ella lucha, patalea, vuelca la mesita con los pies, pero yo la agarro con fuerza esperando a que su cuerpo quede seco.
El forcejeo cada vez es más débil, el tono de piel más blanco, las ojeras más pronunciadas.

12.01 del mediodía con cuarenta y ocho segundos.

En doce segundos todo habrá terminado.
Diez.
Ocho.
Tres, dos, uno.

11:54 de la mañana.

Tengo las manos sobre el teclado. El dedo meñique de la izquierda está presionando la tecla “control” y el pulgar la “Alt”. El dedo índice de la derecha está sobre el “Suprimir”.

Otra vez.

Levanto las manos del teclado. Limpias y tersas. Sonrío, incluso estoy aliviado. Poso mi vista sobre un pisapapeles con forma de mamut que me regalaron mis compañeros de trabajo hacía un par de años.

11.58 de la mañana.

Le golpeo la cabeza una vez dibujando un amplio arco con el brazo. Mi mujer cae sobre el sofá, sin conocimiento, miro el pisapapeles de mármol y veo que se han quedado pegados unos mechones del pelo. Su pecho sigue subiendo y bajando por la respiración. Camino hasta estar frente a ella, me arrodillo en el suelo y cojo el mamut con ambas manos. Lo levanto por encima de mis hombros.
Y descargo.

12.01 del mediodía con cincuenta y siete segundos.

Cincuenta y ocho.
Cincuenta y nueve.



11:54 de la mañana.

Tengo las manos sobre el teclado.
Gracias a Dios.

11.58 de la mañana.

El hacha de cocina sobre su cabeza le divide el cráneo en dos pero se ha encallado allí, necesito de toda mi fuerza para liberarlo, cuando lo consigo, le trincho el cuello y no voy a parar hasta que la testa se separe del cuerpo.

12.01 del mediodía con cincuenta y nueve segundos.

11:54 de la mañana.

Las manos sobre el teclado. Tengo una prominente erección que hace que me sienta incómodo. Sopeso la idea de masturbarme pero recuerdo el recipiente que tengo en el garaje.

11.59 de la mañana.

Contemplo con creciente curiosidad como se deshace el rostro de mi esposa gracias al efecto poderoso del ácido. Los ojos le han resbalado por las mejillas y comienzo a vislumbrar el hueso nasal. Me hubiese gustado ver la calavera limpia de carne, pero creo que no me va a dar tiempo.

12.01.58
12.01.59



11.54 de la mañana.

El teclado. Mis manos. Tengo el corazón desbocado y el vello de mi cuerpo está de punta. Las ideas se atropellan en mi cabeza, las múltiples posibilidades iluminan el camino a seguir. No creo ser merecedor de la bendición dada. He de apresurarme.
Voy a por el taladro.

12.00 del mediodía.

Esta vez en estos dos últimos minutos comeré algo, bien tendré que alimentarme ¿no? Le doy un bocado a su hígado.

11:54 de la mañana.

La providencia está conmigo. Sigo limpio. Me levanto de la silla y comienzo a quitarme la ropa.

11.59 de la mañana.

Me coloco sus intestinos a modo de bufanda, rodeándome el cuello. He cubierto mi cuerpo desnudo con su sangre. Ella está tumbada en el sofá abierta en canal con los ojos vidriosos todavía abiertos y esa mueca horrible de pánico en sus labios. Un extremo de las vísceras rozan mi pene, excitándome y aspiro profundo el olor que se desprende de ellos.

12.01 del mediodía.

Así estaré hasta que vuelva a estar frente al teclado. Con los ojos cerrados y el miembro erecto.

12.01 del mediodía y cuarenta y siete segundos.

12.01.54
12.01.58
12.01.59

12.02 del mediodía y tres segundos.

Sigo aquí. He asesinado a mi esposa. Con unas tijeras he cortado desde la pelvis hasta el cuello, me he cubierto el cuerpo con su sangre y me he confeccionado un foulard con sus intestinos.
Y sigo aquí.
El cadáver parpadea y se lanza con los dientes por delante hacia mi cuello. El primer mordisco me rasga la tráquea.

12.02 del mediodía y tres segundos.

Sigo aquí. Mi mujer despierta de su muerte y en un instante desgarra con sus manos mi pene, tirándome al suelo, abriéndome el estómago con sus uñas.

12.02 del mediodía y tres segundos.

Sigo aquí. Me ahoga con sus propios intestinos.

12.02 del mediodía y tres segundos.

Sigo aquí, siempre sigo aquí.

08 septiembre 2009

Carne para mirar al sol



No me imaginaba encontrar una sala de espera tan concurrida. Montones de sujetos mediocres posaban sus carnes sobre el plástico de las sillas ensimismados entre la nada y las motas de polvo que festejaban su viaje iluminados por los rayos de sol que entraban de las ventanas. Resignado, me senté, y no pasó más de diez minutos cuando comencé a sentir el típico resquemor que te avisa para que la vejiga sea vaciada. Miro a un lado y a otro, intento localizar el lavabo. No tengo claro si he de ir, lo más probable es que me llamen mientras esté sujetándome el pene.
Decido aguantar.
Ojeo de forma furtiva el periódico que está leyendo el hombre sentado a mi lado. No consigo entretenerme. Hay que evacuar.
Me levanto raudo, cada segundo cuenta. Una vez posicionado delante del orinal empotrado en la pared no veo la hora de mostrar mi verga al blanco mundo de mármol. Noto la corriente entre mis dedos. Cierro los ojos, es un pequeño orgasmo.
Escucho mi nombre a través de los altavoces.
¡Lo sabía!
Intento apurar todo lo que puedo, meto el culo hacia dentro y aprieto con fuerza, el chorro pasa de ser una curvatura a una línea recta, me salpico incluso en las manos.
Vuelven a decir mi nombre.
Creo que he acabado. Me la meto en los calzoncillos, un último chorro tramposo se esparce en ellos. Me abrocho corriendo, me subo la cremallera, me pillo el vello con ella. Salgo. Que voy, ya voy.
Cruzo corriendo la sala, una chica está a punto de entrar, sustituyéndome, cogiéndola del hombro la echo hacia atrás. Me llama cabrón. Yo he ganado.
Me siento en la consulta.
Saludos fríos.
-¿Sabe a lo que viene aquí, verdad?-Me dice el doctor.
Claro que lo sé. Como no voy a saberlo si me empujan a ello.
Me dice que me ponga cómodo, me reclino hacia atrás. Una enfermera le pasa una jeringa llena de líquido con una aguja enorme, de unos quince centímetros y más gruesa de lo habitual. Me la clava entre ceja y ceja, justo al acabar el tabique nasal, en ese hueco que queda. Introduce el acero, centímetro a centímetro hasta llegar a los quince. Siento un ligero mareo, me duele toda la parte izquierda del cuerpo. Cuando aprieta la cánula noto que el líquido me inunda el sentido, tengo sensación de ahogo, pronto pasa, creo que estoy babeando, el aroma a orín de los calzoncillos sube hasta mis fosas. Claro que sabía a lo que venía, si no hablan de otra cosa.
Retiran la aguja.
-¿Y bien? ¿Dónde está?-Me pregunta el doctor.
No sé que quiere decirme, desconozco a que se refiere.
-¿Y la carne?-Insiste.-Debería haberla traído usted.
Oh, sí, la carne, creí que todo lo proporcionaban ellos. Craso error. Le digo que no se preocupe, que voy a por ella.
-No, no, no se mueva, tiene todo el cráneo desencajado. No importa, tengo reservas para casos así.
Se aleja de mí. Vuelve con un taladro y una broca de extremo redondo y dentado, de unos cinco centímetros de diámetro y diez de profundidad. Lo pone en marcha y se encara a mi frente, dos dedos por encima de donde me ha hecho la punzada. Aprieta con fuerza. Todo mi cuerpo tiembla ante el engendro mecánico, la broca comienza a comerse el hueso y a hundirse más en mi cabeza, llega a mi cerebro y arrasa con él, después el movimiento contrario y hacia fuera.
-Bonito agujero.-Dice el doctor. Extiende una mano hacia la enfermera.-La carne.-Le ordena.
Le acerca una chuleta que parece ser de buey. No presenta un muy buen estado, tiene algunas partes grisáceas. Hace un puñado con él, rellena el agujero que tengo en la cabeza con ella, lo empuja hacia dentro, parece que se resiste, mete los dedos, hurga, saca restos de huesos, sigue trabajando hasta que no se mueve de allí.
-Todo un éxito, creo.-Dice el doctor.-Ahora veamos si realmente ha funcionado.
Levanta una mano y me enseña tres dedos.
-¿Cuántos ves?-Me pregunta.
-Nosotros nueve.-Le contesto.
El doctor me sonríe, satisfecho, se lleva una mano a las gafas y se las quita, triunfante, acariciando una de las patillas en su descolgado moflete.

11 agosto 2009

(In) Dislate (conexo)



Gravito dentro de mí. Espoleo los restos de encendida memoria, deseo pronto sin ser ni estando tan cerca de otro yo. Reflejo de recuerdo en las heces inmutas en un giro de la mirada de los ojos celosos.
Lodo de carne descompuesta.
Reviento aparte de mí. La vuelta de un guante resulta de la ruta certera en las alimañas que comen los poros salinos de mi piel estirada al sol. Denuedo y deseo en retales humanos y pequeños fragmentos de voces sin sonido, destello de calor.
Sangre de hambre bebe.
Reflujo de flujo ni contigo ni sin mí. Siniestro no miento del cuando que hace en mente motivada. Canciones de vuelta caminos resueltos de piedras tirantes en golpes de espuela detienen el aire del único pulmón.
Vida que no crece ni mece.
Estado finado las pupilas en ti. Halago los días de cruenta batalla paseando en campos de roces y flores que habitan sus fauces de dientes podridos tragando los dedos de uñas restañadas. Sediento de viento en miles y cientos espero las luces clavando las cruces en pechos abiertos conversando antes de morir.
Gravito dentro de mí.


Escuchen música:




Gravito dentro de ti.

20 julio 2009

Firma invitada: Pupila Vertical





Pues sí, como digo, hoy tenemos invitada. Se trata de Pupila Vertical y nos ofrece dos excelentes textos.

A disfrutar.



Tras succionar el deambulante acero, los alaridos del andén desorientado te enroscan las piernas inmóviles. Escuchas el avance regresivo del discurso en los basureros públicos; bauticemos pupilas en la calle, miserable calle de pendientes, calles atiborradas, calles largas, calles de carne, calles de células, calles de cemento, de cerebro, de cielo raso, de cinco agujas, cinco torres altas.


Salimos a conocer el mundo ya cristalizado por el delito de nacer. Doy media vuelta a los edificios más altos de espaldas al cielo, cargando con tu esperma. Estoy cansada, estoy sentada. Grito de nuevo intentando hurgar en los intestinos de los juguetes de latón.


En la cama resbalas sobre mis entrañas, mis horizontes, mis manos pequeñas, mis mejillas, mis músculos, mis ojos, mis piernas, mis pies. Errante fetiche de marfil, que entras por mis párpados raquíticos y en el veneno de tu masturbación te veo desaparecer. Tras la umbría vagina te observo con ojillos táctiles, y te enseño los dientes. Las ninfas han vomitado doce lunas y te busco una solución a medida: abro la boca.



EN la habitación nº 26



Aforismos EN tu piel escondida


Ácido decantado


Ansiosa dilación


Retiñen las voces


Reálzate EN tu ................................................................................... vacío




..................................................................y EN la habitación,

espejos dilatantes,

ventana pintada y verde humor azulado

.......................ángulos reflectantes,

sudor enfriado y vapores de temor edulcorado



...................................................................y crees desconocer

lo tantas veces vertido,

diseminado EN tus 26 alas


....................................................................y EN la habitación

juego a muerte entre paredes.

Frontales empujan;

laterales, no ceden.

Preceptuada armonía que te consigna.

08 julio 2009

Quiero morir 私は死ぬことをしたい



Del ocaso de la luna nueva al sol naciente resbalan cristales rotos perlados de gotas salinas. Nako observa en soledad la muerte de la noche encogida en su regazo, dejando atrás las sábanas impolutas de otra vigilia de insomnio.
“¿Qué será de mi país?” Volvía a preguntarse mientras esperaba todavía que la puerta se abriera detrás de ella.
Europa es un viejo continente y bien es sabido que más sabe el diablo por viejo que por diablo y su Imperio estaba tan oculto detrás de las cordilleras sombrías que ya sólo podía pertenecer a su rincón particular de los sueños perecederos.
Otro corte en el brazo.

1. Posted by Nako April 15, 2009 08:47
No quiero más mi familia. Quiero Raúl. Quiero ir.

2. Posted by Raul April 15, 2009 16:03
Sí, ven conmigo, yo te sacaré de aquí. Olvidarás la violencia.

Poco podía imaginar cuan de preñadas en sangre estaban las promesas.

-Te hice desayuno.

nazenara watashi ha anata no tame dake ni ryouri o manan da.
Porque aprendí a cocinar sólo para ti.

Raúl miró el plato de lo que se suponía eran dos huevos fritos con bacon mientras seguía secándose el cabello con la toalla. Cuando se tapó la cara con ella hizo una mueca de asco. La chica lo vio a través de la tela.
-Te he dicho muchas veces que la cocina no es lo tuyo.-Le dijo mientras le daba un beso en la mejilla.
El gesto provocó que el vello de Nako se erizara y abrazó al chico con fuerza, apoyando la cara sobre su pecho, sonriendo, incluso más cuando la carne de Raúl se abrió cual enorme boca hambrienta y engulló a la oriental, mimetizándola con sus vísceras, jugando con el corazón poderoso, agarrándolo de forma sutil con sus pequeñas manos hasta acercárselo a la boca y darle un mordisco, igual que de manzana pecadora fuese en estrellas púrpura de cielo abierto.

Del sol naciente al cuarto menguante. Abrazada al aire Nako estuvo el resto del día mientras los huevos fritos se resecaban y el bacon se cuarteraba.
No.
Raúl tampoco fue ni era ni sería jamás, otra broma macabra, otra promesa descarnada.
-Estoy en aeropuerto.
-Espérame que ahora voy.
Sí.
Que voy.
Tres días en tránsito y ahora un piso de ciento veinte metros y tres cuartos de baño, esperando en esperanza truncada. Si no era a Raúl podía ser a Jorge.

5. Posted by Nako May 04, 2009 12:21
Mi familia tiene violencia conmigo. No puedo ir hospital. Médicos no me quieren

8. Posted by Jorge May 04, 2009 13:01
No dejes que te hagan daño. Rebélate, ves a la policía, haz algo, pero no permitas que te hagan llorar más.

9. Posted by Nako May 04, 2009 13:16
Gracias Jorge. ¿Por qué Raúl no me habla? ¿No quiere ser esposo ya?



Tienes la boca sucia.
Le dijo su padre una tarde.
Y el alma.
Y el espíritu corrompido. No eres más que una puta.
Y una puerca
¿Con cuántos te has acostado ya, Nako?
Estás enferma.
Y dejó un cuenco de sal sobre la mesa. Le tendió una cuchara a su hija.
La sal arrancará las costras de tu interior.
Come.
De nada servía llorar y eso lo sabía la chica por aquella vez que la ató de pies y manos, desnuda y le fustigó la espalda, y tantas otras, cómo la del agua del cubo de fregar o las caminatas en invierno, así que se tragó de golpe dos cucharadas, engulló con esfuerzo, lanzó un gemido casi animal y mirando a los ojos a su padre, le dijo:
-Watashi ha, chichi o korosu.
Detrás de él estaba el elemento de la disputa. No era Raúl, no era Jorge. Era Jesús que había llegado hasta Japón para llevársela consigo. Jesús, que había sido abordado en casa de Nako nada más entrar y fue víctima de un coito brutal, atontado por el jet lag primero y con la espalda señalada después, hasta que llegó el padre enojado.
-Agárralo-le dijo ella mientras se levantaba de la silla, poderosa, engrandecida en su rabia de diez latigazos en una mañana ociosa de dolor infantil.
Los dos hombres, el oriental y el occidental, quedaron consternados. Nako saltó hasta su padre, cuchara en mano, el hombre levantó el brazo y Jesús, en un acto reflejo, lo detuvo. Acto seguido, el grito de guerra en el aire de la japonesa y las uñas clavándose en el rostro.
En ese instante, Jesús quiso no haber leído nunca a Murakami, ni comprarse un mundo que da cuerda al pájaro.

2. Posted by Jesús May 16, 2009 17:48
Olvídalos a todos Nako. Sólo yo iré a por ti. Sólo yo seré tu esposo blanco.

La sinfonía del dislate.
Oh, Violencia, agárrame las entrañas.

El hombre cayó de espaldas al suelo con su hija encima, un menudo cuerpo enloquecido con fuerza inusual, que, utilizando la cuchara, vació el ojo derecho del desdichado, sacándolo de la cuenca y estirando con la mano para arrancarle el nervio óptico en medio de un alarido espantoso de dolor.
Blop. Así sonó al romperse el hilo de la visión. Tan cómico y triste al descorchar una botella de vino. Del bueno, por favor.
El órgano fue a caer hasta los pies de Jesús, que sin poder evitarlo, vomitó encima. Pensó que, de poderse reimplantar, él lo había fastidiado del todo. Pero, ¿alguna vez había leído algo sobre un implante de ojo? ¿O era transplante de córnea? ¿Cómo se llamaba aquel escritor que se hizo el hara kiri al ganar su maestro el premio Novel?
-Watashi, kono buta o teishi suru herupu!
Nako se dirigía a Jesús pero este no llegó a entender que le pedía que le ayudara a acabar con ese cerdo. La chica en su desespero adrenalítico se levantó para coger el cuenco de sal que debía tragarse y lo vació en la órbita desnuda que su padre tenía junto al ojo izquierdo. Fuera, los cerezos en flor deshojaban su esqueleto, las ramas golpeaban el cristal de la ventana.
La japonesa miró a Jesús, sonriente, plena de éxtasis, eufórica. Menuda era ella, pero el de la piel blanca era de los más nimios que había conocido, triste existencia de un ser que ha de hacer un vuelo transoceánico para poder sentirse un hombre. Palpó su miedo y creyó que necesitaba algunas palabras de aliento.
-Te quiero.
Le dijo.


Nako.
Raúl.
No.
Sol. Muere.
Sol.
Nace.
Jorge.
Sí.
Yo.
Tú. Nako.
Mi. Nako.
Jesús.

Que acabó el día desangrándose en la bañera de una casa de Tokio con las dos piernas arrancadas mientras Nako cogía un vuelo que la iba a sacar de la isla.
No me preguntéis como sucedió todo.



El Imperio del sol oculto tras las montañas negras. La carcasa de un avión sin alas sobrevolando el monte nevado.
Al tercer día en el aeropuerto la buena samaritana se acercó a la pequeña japonesa que iba a pasar otra noche durmiendo sobre los bancos.
Nako lloró sobre sus hombros.
Y la Buena Samaritana se la llevó a casa mientras la oriental se enamoraba de ella.

La foto del horrible intento de los huevos fritos ya colgaba de la puerta de la nevera junto con las de las patatas a la importancia y las natillas, cuando la llamaron desde una de las habitaciones.
-¡Nako! ¡Nako! Tengo sed…
La japonesa cogió un vaso y lo llenó de agua del grifo. Salió de la cocina y entró en el salón, después a uno de los baños para pasar seguidamente hasta la habitación de matrimonio, no recordaba muy bien dónde estaba la dueña del piso. Después de entrar y salir de un despacho al fin encontró a la Buena Samaritana, tal y como estaba en seis partes sobre una cama. Se acercó hasta la cabeza que descansaba encima de la almohada, con los antaño preciosos ojos azules vidriosos mirando a la nada y aquella grotesca expresión que le había quedado en la boca, con media lengua fuera, negra y abotargada.
Nako le acercó el agua y agarrándola delicadamente de la nuca le introdujo el líquido neutro dentro, escapando pronto por la tráquea cercenada y mojando las sábanas.
-Perdón, perdón…-se disculpó la japonesa.
-No importa, preciosa, me encanta que me cuides.
La chiquilla sonrió y cogió uno de los brazos cortados para poder acariciar su cara con la mano helada.
-Mañana vendrá Jorge-dijo Nako-tú no pondrás celosa ¿verdad?
-Sabes que no vendrá, no vendrá nadie, porque no les gustas, ¿no te dijeron que estabas gorda?
-Fue Pablo.
-Pablo, Jorge, Raúl. Todos son el mismo.
-¿Y tu crees que yo soy gorda?
-Un poco fondona si que estás.-Sentenció la Buena Samaritana, a lo que Nako reaccionó llorando.
-Yo no quiero estar gorda.
-Pero tiene solución pequeña. Anda, coge el cuchillo que hay encima de la mesita, el que utilizaste para cortarme la cabeza.
Lo hizo.
-Bien. Ahora hazte un corte pequeño en la barriga, pero que sea un poco profundo.
La oriental se hundió la hoja en la carne. Al principio notó una tremenda punzada de dolor, pero pronto desapareció al tiempo que la sangre brotaba del boquete.
-Perfecto. Ahora mete la mano dentro y saca lo que encuentres, ya verás que bonita vas a quedar.
Siguiendo las órdenes de la Buena Samaritana comenzó a extraerse el intestino delgado. Primero despacio, dejándolo caer sobre la cama, pero a medida que el sonido gelatinoso inundaba la habitación se fue animando, extrayendo más y más víscera con ambas manos, como si de una cuerda se tratase. Los restos comenzaron a desprender un humo fétido, pero ni eso la detuvo. Al intestino delgado le siguió el grueso y así hasta que quedó vacía.
-¿Ves? Todo eso que tenías ahí dentro te hacía gorda. ¿Por qué no te haces una foto ahora y la cuelgas en la nevera?
-No sé… estoy mareada.
-Pues ni se te ocurra comer nada ahora o lo estropearás todo.
Nako sintió un escalofrío, cerró los ojos y entre sus párpados divisó puntos de luz que bailoteaban alrededor de sus ojos. Estos chocaron entre sí reaccionando a la vez y desprendiendo más energía, hasta que se unieron todos formando un gran sol que amenazaba con engullirla para siempre. Quiso escapar de él pero la envolvió en sus llamas traidoras, evaporando el contenido de sus venas, volatilizándola en millones de retazos nimios, de detalles insignificantes.
Abrió los ojos.
La Buena Samaritana cortada en seis.
Sus intestinos posados sobre la cama en una montaña de tubería infecta. Y un cosquilleo que notó en el corte de su barriga.
Dirigió su vista a él y vio que la abertura se movía. Pronto aparecieron allí unos dedos que agarraron de lado a lado los asideros de carne para ensanchar la obertura. Nako quiso evitarlo intentando volver a meter dentro de ella las manos que querían escapar, pero estas le dieron un manotazo y consiguieron rajar aún más el cuerpo de la japonesa. Tras las manos, apareció una cabeza, que salió al exterior hasta detenerse una vez estuvo cara a cara con la dueña del cuerpo del que intentaba salir.
Nako creyó estarse mirando en un espejo de tan idénticos que eran los rasgos de ambas.
-¿Quién eres?-Preguntó.
-Minako. ¿Y tú?
-Nako. ¿Todo tu cuerpo está ahí dentro?
-Sí.
Callaron. La del exterior acarició el rostro de la del interior, si hubiese podido agacharse más la hubiera besado, era tan guapa…
-¿Y cuando salgas que vas a hacer?-Preguntó Nako.
-Quiero hacer violencia, quiero cortar mi cuerpo. Quiero mourir.
-Se dice morir.
-No. Es mourir.
Nako suspiró, miró al techo y después a la ventana. Tras esas calles había montañas, tras las montañas, siniestras ciudades, y un océano y detrás de todo flotaba una isla coronada por un monte nevado que guardaba leyendas ancestrales de seres mitológicos, de esencia milenaria, un mundo celoso de sí mismo que poblaban ahora calles, ciudades, montañas y tras una ventana y después otras carreteras, oscuros paisajes, un mar, otra ventana...
-Quiero mourir.

1. Posted by Minako June 26, 2009 19:20
Vuelvo a casa. Quiero pasear. No volveré a hacer violencia en mí.
No cortar.

09 junio 2009

Pequeño





Escucha pequeño, escúchame bien, no hace falta que sigas llorando, nada te va a pasar, nada que tu no quieras, es posible que el canto de los pájaros al amanecer te haya llenado la cabeza de temor e incertidumbre, pero no hay nada de lo que preocuparse, ya estoy aquí. Anda pequeño, aléjate de los barrotes, échate hacia atrás. Muy bien, mira lo que te he traído, es comida, ¿recuerdas la comida? Mmmm, que rica que estaba. Toma, come, come, sí, así. No quiero que te tortures pensando en qué es lo que has hecho para estar en esta situación. Tú no has obrado mal, nunca. Siempre estamos hablando de lo mismo. Simplemente ha pasado y ya está. Te estabas adaptando muy bien ¿a qué viene todo esto ahora? Creo que necesitas estirar las piernas. Mira, mira este hombre. Quiere matarte, tiene la sangre fría, la que le corre por las venas. Sólo piensa en ti y sueña contigo. Malicia tiene en el entrecejo, cree que tu carne sólo sirve para cortar. Eso me duele y no le va bien a mi pobre corazón. ¿Qué no lo oyes latir? Escucha pum-pum, pum-pum.

Y tanto que lo oía, detrás de la piel cuarterada y atrapado en una jaula de huesos, el músculo parecía lo único joven y vigoroso de aquel ser.

Ese hombre de la sangre fría quiere que se detenga, oh, mi débil corazón y si eso ocurre, ¿qué va a ser de ti? ¿Qué vas a hacer? Dime pequeño, ¿qué quieres hacer?

Lo que hizo fue acercarse hasta los barrotes y lamerlos.



Le he pegado un tiro. Le he dado en el hombro, quizá un poco más abajo, le he reventado la axila y parece que tenga el brazo colgando. A mí me ha sorprendido más su rostro que a él el que yo le disparara. Su expresión era de incredulidad. Yo me esperaba algo así cómo una mezcla de dolor y frustración por haberlo cazado, porque estoy seguro de que él me quería cazar antes a mí, o eso al menos me dijeron. Pero no. Simplemente incredulidad. Sólo esa expresión mientras apoya una rodilla en el suelo. Vuelvo a apretar el gatillo y le meto otra bala en el cuerpo. Ésta vez cae de espaldas y comienza a convulsionarse. Todavía no ha muerto, así que me acerco a él sacándome la navaja del bolsillo. Mientras le corto el cuello masculla algo, pero no le puedo entender porque se le llena la boca de sangre. Le rajo la garganta de forma transversal, un gran boquete, le dibujo una boca sangrante. Me salpica en la mano y me echo hacia atrás asustado, soltando la navaja. Tiene la sangre caliente. Intento acercarme a él, pero en un último alarido, murió. Maldición. Creo que me he equivocado. Suelto el arma blanca y la de fuego, las tiro al suelo y corro por el pasillo, alejándome del cuerpo, al final está Él, cómo siempre, me tiro de rodillas, jadeando, y alzo la cabeza, mis ojos sobre sus ojos.
-¿Qué te ocurre pequeño? ¿Te has asustado?
-Me has mentido.-Le digo, quiero alzar la voz, sólo un poco más, me quiero imponer.
-¿Yo?-Me contesta, con suficiencia.
-Tiene la sangre caliente.
-¿No le has visto la cara?
Miro hacia atrás, el cuerpo está demasiado alejado. Intento recordar. Le pego un tiro, la bala da en su axila, perlas encarnadas adornan de lado a lado la pared, me distraigo con el brazo bamboleante, veo su rostro de sorpresa. Veo su rostro, pero no le miro la cara. Bajo la cabeza, con frustración.
-Pequeño.-Me dice.-Aquel hombre te vio nacer y fue el primero en acogerte en brazos, justo antes de que yo lo hiciera, él era el único que todavía te buscaba, después de tantos años, iluso, viejo perdedor. ¿Y que planes creías que tenía para ti? Nada bueno, conmigo estás a salvo, lo has arreglado todo. ¿Oyes ahora mi corazón que vigoroso late? Atento. Pum-pum, pum-pum.
Y bien que lo oigo, si señor, pero la rabia me puede, aprieto los puños y las uñas hacen el resto, carmesí en las palmas de mis manos.
-¡Voy a escapar de ti!-Le digo.
-¿Si? ¿Y cómo lo vas a hacer? El arma todavía tiene el cañón caliente pero está demasiado lejos, y la hoja de la navaja sólo se rompería entre mis huesos. ¿Qué quieres hacer? ¿Acaso tú eres algo sin mí?
Entre latido y latido doy un salto y me dirijo hacia sus ojos. Él me dice:
-Veo que tienes agallas, si señor, veo que las tienes, pequeño.




Tres días y ésta es la cuarta noche que te ocultas aquí. Una vieja fábrica
destartalada te sirve de cobijo y te aleja de un mundo demasiado vasto para tu insignificancia. Calderas roídas por el óxido se mezcla con maquinaria muda en un conjunto espectral, parte del techo se derrumbó en el suelo y ves el cielo por primera vez en mucho tiempo. Te parece tan extraño que sientes una fuerte presión en tu pecho, no sabes cuál es tu papel en medio de tanta inmensidad, no alcanzas a comprender porqué te hicieron nacer, ni siquiera sabes porque puedes pensar. En la fábrica al principio recorriste salas y metros, dichoso de tu libertad, parecías un animal con afán investigador, pero te perdías muy a menudo y no sabías volver al punto de inicio. Aquel era un universo igual que el que admirabas en el cielo, los objetos extraños te turban, no entiendes las respuestas a muchas preguntas que te haces, el suelo está frío cuándo te acurrucas sobre él y te recoges en posición fetal, creerías haberte vuelto loco si conocieras el significado de esa palabra, cierras los ojos y aprietas los dientes, intentas mirar dentro de ti, tus vísceras te saludan y luego hay un vacío, un hueco en el que sólo vislumbras una cadena, tu mente da un vuelco y es sesgada por una navaja de hoja plateada, de lado a lado, metes las narices hacia un agujero que se ha abierto en tu cerebro, lo observas, hay un ser agazapado de uñas afiladas que te dice hola y luego le da un mordisco a la masa encefálica, así que eras tú, eres tú quien dirige mis pensamientos. Vuelves a abrir los ojos y el suelo sigue frío, tu cuerpo no lo ha calentado. No quieres mirar nada más, te levantas, corres.
Pero ahora estas en una habitación dónde hay una jaula, aquí también tienen una, y sin entrar en ella, te quedas cerca. Bebes agua de un charco que hay entre las baldosas, pero no encuentras comida ni sabes dónde buscarla. Esta es la peor de las noches, entre el correteo de las ratas, has oído un latido. Saliste de la habitación y te acercaste hasta una ventana, en el exterior has visto una sombra que se escapaba tras una esquina, volviste corriendo a la sala de la jaula, lames un barrote, eso te tranquiliza. Los latidos siguen ahí pero son muy espaciados, estás sentado en el suelo, delante de la gayola, vuelves la cabeza y la miras, después echas la vista enfrente otra vez, más allá ves que alguien está escondido detrás de una de las máquinas, uno de sus pies quedan a tu vista, ahora las palpitaciones eran más continuadas y fuertes. A pocos centímetros un escarabajo se detiene ante tu figura, ves que su abdomen se hincha y deshincha al ritmo acompasado de los latidos, vas arrastrándote hacia atrás hasta que tu espalda va a parar a los hierros de la prisión, el insecto se dirige hacia ti, latiendo el corazón, moviendo sus antenas, tanteando el firme, hasta que un fuerte pisotón acabó con su vida
-¿Ves, pequeño, cómo siempre estoy yo aquí para salvarte?



Lo tengo delante de mí, de pie, poderoso y majestuoso, y no logro a comprender que será de mi futuro. Lo miro de soslayo, mis pupilas se dilatan, no hace nada, se queda allí, me mira, respira, late.
-¿Por qué me odias tanto?-Me dice.
-Eres lo peor que me ha pasado en la vida.-Alcanzo a decirle en un hilo de voz.
-No, pequeño, soy lo único que te ha pasado en la vida, y creía que estarías agradecido por eso.
Agacho la cabeza, de una forma extraña me siento culpable, el miedo y la culpabilidad iniciaron una lucha dónde no ganó nadie, sino que hizo nacer un nuevo sentimiento, mucho peor que los anteriores, considerablemente más doloroso.
-¿Y que vas a hacer conmigo ahora? ¿Me vas a castigar?-Le pregunto.
-¿Castigarte pequeño? No podría, ahora han cambiado las cosas. Escucha pequeño, una vez me enamoré de una persona, y en una ocasión estaba tumbada con su cabeza en mi regazo, y sin que yo me pudiese dar cuenta, murió allí, tranquila, sosegada, no lo supe hasta que intenté despertarla y no pude.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que tú la sustituiste a ella y ahora hay otro en tu lugar.
Se acerca a mí, yo intento tirar más atrás pero los barrotes me lo impiden, noto mis mejillas calientes, creo que he empezado a llorar, extiende una mano hacia mi boca.
-Tienes hambre. ¿Verdad pequeño?- Me dice, y yo asiento con la cabeza.
Apoya la carne de su mano contra mis dientes y yo los abro, le doy un mordisco y aprieto con fuerza hasta arrancarle un pedazo, oigo cómo lanza un suspiro cuándo la sal de mis lágrimas entra en contacto con su sangre, Él aleja su mano de mí mientras yo mastico.
-Ahora he de irme pequeño.-Me dice mientras se resguarda la herida con su otra palma.-No nos volveremos a ver.
Y se alejaron de allí. Sus huesos y su latido. Yo mientras me quedé masticando, vacío y masticando.

Te has quedado dormido y con el amanecer has despertado. No sabes cómo pero estás dentro de la jaula y la puerta está cerrada, al otro lado de ella hay un niño observándote, no tendrá más de diez años, y le preguntas quien es y qué hace ahí.
-Es aquí dónde vengo cuándo me escapo de casa.-Te contesta.
Hueles el aire de la mañana, penetra en tus poros y corrompe tus órganos. Tienes hambre, mucha hambre.
-¿Puedes traerme algo de comer?-Le dices.
El niño te mira y sonríe, pero sin rastro de inocencia.
-Lo haré.-Te dice.-Pero cuando yo quiera.

05 junio 2009

No Persona




El Hombre deambulaba sobre la arena del desierto sin un rumbo fijo. Descalzo y ataviado en un traje gris se pasaba la mano por la calva y por su cara. Pero no tenía rostro. Aún así sus formas estaban definidas, la concavidad de sus ojos, el puente de la nariz, el grosor de sus labios, pero todo era una única piel tersa y estirada cual tambor. No veía ni podía hablar, pero respiraba y oía a la par por sus poros. Su única guía era el sonido, pero en el desierto ni siquiera eso, porque entre los granos de arena sólo había concavidades de silencio. Pero éste pronto se rompió. En la lejanía pareció escuchar el rumor de unas aguas, se dirigió hasta allí con paso firme y llegó hasta lo que parecía un río, pero en él no corría el líquido, sino letras, revoloteando entre ellas, jugando a desmarañar su significado inconexo. El Hombre se arrodilló en la orilla y pasó una mano por encima, un grupo de ellas reaccionaron y se arremolinaron en torno a su brazo, empujándolo hacia abajo, obligándole a meter la cabeza dentro. Allí una A le abrazó el cráneo y una P se pegó a su rostro. Con un golpe de pánico se la arrancó y una boca le nació en la cara, que se la tapó con los dedos, horrorizado. Buscó las fuerzas que no tenía para sacar la testa del río y al lograrlo arqueó la espalda hacia atrás, e intentó articular alguna palabra con su lengua recién nacida.
Pero no tenía nada que decir.
En esas que a su mente preclara y virgen se le ocurrió una brillante idea, una frase entera que rebosaba toda ella genialidad, pero cuándo se dio cuenta de que alrededor no había nadie con quien poder utilizar su boca, bajó los brazos.
El Hombre nunca pudo verlo, pero en su cara había escritas dos palabras: no persona.

28 mayo 2009

Victoria

Al abrir el blog me hice una promesa. Algo que sólo podía suceder una vez al año. Una imagen que me retrotrae a la infancia. Una sola letra. Una alegría inmensa. Y nada más.

...o mucho más...

25 mayo 2009

Esquirlas de aire. Capítulo Seis.

-¡Silvia! Es hora de salir ya.

Sobresaltada, alzó el cuchillo por encima de su cabeza en actitud amenazante. Caminó hacia la puerta pero esta se abrió antes de que llegara. Un hombre de edad avanzada pero no anciano, ataviado con una oscura gabardina de pana, entró, cogió el arma de Silvia y la lanzó al otro lado de la habitación, al tiempo que observaba el cadáver destrozado de Pier.
-¿Para esto nos pediste un acompañante?

-Está bien, haré lo que me estáis pidiendo. Pero tengo tres condiciones.
-No sé si puedes permitirte exigirnos.
-Puedo.
El pulso de miradas no duró más que unas fracciones de segundo.
-Un momento.
El hombre se levantó de la silla y fue hasta el despacho contiguo, dejando la puerta entreabierta, Silvia pudo ver como hacía una llamada de teléfono y asentía con la cabeza durante dos minutos. Al colgar estuvo unos segundos dubitativo, acariciándose profusamente la barbilla.
-Está bien-dijo una vez volvió a sentarse-que es lo que quieres.
-La tercera condición es…
-Un momento, ¿la tercera?
-Sí, empiezo por la tercera. Y quiero un acompañante.
-Eso es imposible.
-Lo será.
-No.
-No estoy pidiendo a cualquiera.


-Lo has dejado hecho un cristo.
El hombre mayor acercó una mano al párpado izquierdo de la chica y lo levantó hacia arriba, ella se zafó enseguida, molesta, e intentó agredirlo, pero el hombre logró cogerla de las muñecas y detenerla.
-Creo que te has sobrepasado con las drogas.-Le dijo mientras la soltaba y se dirigía hasta la silla.
Una vez sentado se sacó un paquete de tabaco del bolsillo interior de la gabardina y se encendió un cigarro.
-Mira, las cosas ahí fuera no han salido exactamente como las planeamos, así que tus dos primeras condiciones creo que tendrán que ser anuladas, sobre todo la primera.
Le dio una fuerte calada al cigarro, quemando con avidez el papel que envolvía el tabaco, exhalando el humo placentero que fue directo a los pulmones, recorriéndolos enteros en su viaje de muerte, para hacer el camino inverso.
-Silvia, hemos tenido que matar a tu hijo.

…continuará…

21 mayo 2009

Retazos



Microrelato I

Guardaba en el armario el cúmulo de una vida desencajada, colgando en cada percha los trajes mortuorios que penden de los cuerpos que caminan en la ciénaga, en un vasto espacio sin sentido. Grita silencioso tras la imagen distorsionada, no quedan más sombras que perseguir en una casa vacía, donde los muertos ya no descansan, pues los vivos siguieron su camino marcado.

Microrelato II

La canción no termina. Balbuceas la letra sin comprender el significado, pero no termina. Tu sendero tampoco acaba. Recoges las notas que se cuelan bajo las uñas, pero no acaba. Inventas las frases construyendo un todo ya que no te queda tiempo, pero no cesa tu anhelo que es sólo el principio de una razón; cuenta los pasos hasta llegar.
Uno, dos, tres.
Y empiezas.
La canción no termina…

Microrelato III

Pide un último deseo.
“Quiero que vuelva.”
Pero detrás del espejo no había espacio para los dos.

Microrelato IV

Había una oreja dentro de una caja. Y la caja estaba sorda.

Metarelato

Hubo un tiempo en que guardaba una canción inacabada en el fondo del armario, de letras interminables y notas furtivas que pedían que formulara su último deseo. Pero era demasiado tarde, ya que ahora recorría el sendero que lo llevaba a la ciénaga, intentando voltear el reverso del espejo que habitaba la solitaria casa de los muertos, sordos ante la melodía que les hacía resaltar sus muecas macabras, danzando la alegre sinfonía del que pronto llegará.
Ahí estarás.

16 mayo 2009

Esquirlas de aire. Capítulo Cinco

-¿Lo ves? ¿Ves como forma palabras?
La sangre de Silvia caía a borbotones en el suelo, creando un charco espeso, pero la chica no veía más que lo que era suyo estaba saliendo de su cuerpo para dejarla sin nada. Agarró las manos de Pier que todavía asían la empuñadura e intentó empujarlo hacia atrás para sacar la hoja de su estómago, pero las fuerzas ya habían huido también y sólo le quedó entregarse a su destino. Los huesos le temblaron, sus músculos aullaron de rabia, retorciendo con las vísceras que seguían luchando por sobrevivir. Las terminaciones nerviosas estallaron y el cerebro comenzó a palpitar, deseando destruir el cráneo y liberarse de la agonía. Un cúmulo de anhelos vertiginosos fluyó por los poros, palabras mal escritas, gestos torcidos, espirales de carne que se encontraban y separaban, estiraban de una punta y de la otra los dientes preñados de lágrimas, la lengua abotargada que se dividía en tres, un pliegue de vida, otra ecuación sin destino, una eyaculación insípida. Doblo mi cuerpo en dos partes, esas en otras dos, y dos más y más todavía hasta que desaparezco…
Y Silvia en el otro extremo del cuchillo, agarrándolo de la parte inofensiva con el metal incrustado en el cuerpo de Pier que la miraba sorprendido sin poder articular palabra. La chica vio su rostro reflejado en la pupila del hombre y comprobó como en su cara inocente se dibujaba la sonrisa que pobló sus pesadillas infantiles. Silvia se llevó una mano a su estómago y se percató de que estaba ilesa, al tiempo que Pier alzó sus brazos intentando alcanzarla para poder detenerla, en las muñecas del hombre había marcas que delataban que había sido fuertemente atado y ella dio como respuesta otro empujón al arma. Dentro del estómago giró el cuchillo para que el filo quedara hacia arriba y así comenzó a subirlo, creando una abertura infame en el cuerpo de Pier, que derramó su interior sólido sobre las manos de la asesina, liberando ya al torturado de la escena cruel, cayendo fulminado en un golpe sordo.
Dejó caer el arma al suelo, volvió a mirarse el abdomen, liso y perfecto, se tocó la cara con las manos ensangrentadas, volteó la mirada por la habitación, caminó, ya no le dolían las piernas, fue hasta la silla, se sentó, no reconoció haber estado allí, se acercó al muerto, le dio la vuelta, lo abofeteó, volvió a la silla, le lanzó una patada, a Pier, otra, cogió el cuchillo de nuevo, lo clavó en el cuello del inerte, en los ojos, en la frente, en los pulmones, en los brazos, en las manos, otra vez en los ojos, en los testículos, las piernas, de nuevo los ojos.
Una voz envejecida la llamó desde el exterior.
-¡Silvia! Es hora de salir ya.

…continuará…

14 mayo 2009

Schránka




Una caja de madera cerrada.
No más grande que una de zapatos, lisa y sin pintar. Descansaba su peso sobre una mesa de metal en la inmaculada habitación blanca, justo en el centro, no había ni un solo milímetro al azar. Los dos hombres que la observaban ocupaban cada uno una de las baldosas del suelo y se mantenían a una distancia prudencial.
-¿Y bien?
-¿Y bien qué?
-¿Piensas hacer algo?
-¿El qué?
-No sé, abrirla por ejemplo. ¿Vas a hacerlo?
-Sólo es una caja.
-Sí, pero está cerrada.
-¿Y?
-Normalmente lo que está cerrado es para que se abra.
-¿Y por qué no lo haces tú?
-Porque te lo he pedido a ti.
-¿Y si te lo pido yo?
-No sé, prueba.
-Abre la caja por favor.
Los dos siguieron contemplándola, ni siquiera parecía que fuera de madera noble, pero apabullaba su presencia desbordante, engrandecida por momentos.
-Dicen que tiene muchos siglos.
-Sí, lo dicen.
-Gran hallazgo.
-Desde luego.
-Y nosotros dos podríamos ser los primeros en ver su contenido.
-Exacto.
-Si la abrimos, claro.
-Sí, si la abrimos.
Se miraron el uno al otro, uno se rascó junto a la nariz, el otro dio un golpecito con el pie a la baldosa.
-Al parecer lo que hay dentro podría cambiar la percepción que tenemos de la historia.
-Interesante.
-Incluso podría mejorar el futuro de tus hijos. ¿Tienes hijos?
-Sí. ¿Y tú?
-No, tengo un gato, pero lo quiero como a un hijo.
-¿Y a tu gato también le podría beneficiar lo que hay en la caja?
-Puede.
-¿Puede?
-No tengo tanta información.
-¿Y crees que deberíamos abrir la caja sin conocer todas las consecuencias?
-No había pensado en eso.
-Pues muy mal.
-Fatal.
-Tú quieres a tu gato.
-Sí.
-Entonces creo que no hay nada más que hablar.
-No.
-Por cierto, ¿me puedes cambiar el turno el próximo lunes? Mi hijo tiene partido.
-Por supuesto, ¿de que es el partido?
-No lo sé.
-Bien.
-Bien.

11 mayo 2009

Esquirlas de aire. Capítulo Cuatro

Silvia.
Te ha llamado por tu nombre.
Te golpea, te secuestra, te ata… y pronuncia tu nombre. Sobre el suelo de hormigón, tras las ventanas tapiadas, frente a los botes de conserva de las estanterías, con el pelo raído, su boca desdentada, la lengua infectada… ha dicho Silvia.
-Te conozco ¿verdad?-Le preguntó al hombre, que parecía más calmado, que continuaba de pie, seguía dando pasos cortos en círculo, pero más relajado, o quizás resignado.
-¿No lo recuerdas? Fuiste la única que no se rió de mí cuando me empujaron al suelo y me dañé las manos.
Lo contemplabas desde la distancia y tu mente infantil no alcanzaba a comprender la dimensión de lo ocurrido, pero sí viste la sonrisa previa a los gritos de horror y aquella fue la mueca que te persiguió durante tantas noches de pesadilla, en las que tus padres acudían al rescate y mirabas la luz recién encendida y la veías, tras la puerta del armario allí estaba, bajo tu cama, esperándote tras la persiana, entre tu pelo, en los libros de texto también la veías.
Por primera vez Silvia se levantó de la silla, y a pesar de que todavía notaba las piernas entumecidas, consiguió caminar hacia Pier.
-¿Tú eres…?-Comenzó a decir.
-La sangre que brotó de mis manos dibujó palabras que supe leer claramente. ¿Lo entiendes? Y tú las viste conmigo.
-Yo tan sólo te miré a ti, pero hace tantos años de eso…
-¡No! ¡Tú viste lo que yo!
-Ni tan siquiera recuerdo que sangraras.
Pier se acercó a ella y levantó una mano para acariciarle la mejilla, tan dulce que incluso a la chica le gustó.
-Me estás mintiendo, Silvia. No fue la única vez que pasó, ¿verdad? Hubo otra y no te quieres acordar.
-Estás totalmente loco.
-¿Loco? ¿Quieres verlo tu misma? Abre la puerta y echa un vistazo al exterior.
El hombre se apartó de su camino y le señaló con una mano la puerta de salida. Silvia, sin pensar en las consecuencias, salió corriendo lo que sus piernas le dejaban hacia la meta. Agarró el pomo con las dos manos, lo giró, y abrió.
Su corazón también quedó impresionado ante lo visto y se detuvo por unas décimas. Los pulmones no quisieron recibir más aire por unos instantes, enloquecidos ante el dislate y Silvia no pudo ver más, dándose la vuelta, corriendo tras su cordura.
-¿Pero qué…?
La sorpresa sustituyó al dolor y bajó la mirada para cerciorarse del final. La hoja de acero se escondía en su estómago y las manos que guardaban el mango de madera ya se teñían de rojo, quiso pedir clemencia, pero la sangre que llenó su boca se lo impidió.

…continuará…

07 mayo 2009

Espectro



(Recomiendo escuchar la canción mientras se lee el relato, esa es la idea de este pequeño experimento.)




Te está mirando.
¿Lo ves?
Todavía no te ha dicho una sola palabra, pero te observa en la lejanía.
¿Quieres que me acerque?
Anoche en tu habitación también estaba, pero no te diste cuenta. Arrimó su boca a tu rostro y exhaló el aliento que desperdiciabas.
¿Rozo tu piel?
Se sentó a tu espalda en el tren y escudriñó el reverso de tus ojos, pero no la miraste. Se introdujo en tu boca mientras comías pero no la masticaste, apoyó su cabeza en tu hombro y enredó sus dedos en tu cabello, arañó el cerebro y se llevó una porción gelatinosa de tus recuerdos, los más carnosos que pasasteis antaño y los ubicó en sus entrañas convirtiéndolos en gritos sobre la tierra cercana de tus pies.
Pero no los supiste ver.
¿Te escondes?
Estaba acuclillada en una esquina mientras hacías el amor y cada gemido era una bala de odio profundo que destrozaba su rostro y desfiguraba su esencia, deformando el sentido de unas palabras rotas antes, insignificantes ahora.
¿No me oyes llorar?
Es ella quien te cierra los ojos y te empuja hacia el metal, la que te besa sobre el asfalto y te acaricia la mejilla, ella es la que recoge tus dientes y dibuja una sonrisa, la que te habla con dulzura y destila una brisa impregnada de la sangre que se escapa entre los poros de tu piel.
Y ahora…
¿Me ves?

05 mayo 2009

Marazul



El otro día, el gran Forçadamus, hizo una petición:

Por cierto, ¿tienes relatos viejos por ahí? Seguro que sí. ¿Los publicarías aquí o sólo planeas poner escritos recientes? A mí me gustaría leer al Maldito pre-blog.

Así que hoy accedo gustoso a sus deseos y os presento el principio de una novela corta que escribí hará casi diez años: Marazul, una triste historia de soledad, violencia, amor y locura. Esto me ha dado una idea y aprovecho la ocasión para invitaros a todos a hacer más propuestas. ¿Queréis que escriba sobre un tema en concreto? ¿Me dais la primera frase y yo sigo a partir de ella? Lo que os plazca, estoy abierto a vuestras ideas. Y ahora, Marazul:


Un susurro tan sólo esperaba escuchar entre las telarañas de esta oscuridad preñada de expectativas tan halagadoras. El mínimo precio después de toda una vida de búsqueda constante. Y que menos podía pedir, el rumor, el susurro, y que estuviera acompañado con la fragancia marina del viaje sin retorno de una ola. ¿Y después? Después todo sería más fácil. O así al menos lo creía. De momento, escuchaba, a ver si aparecía, lento y quedo, arrastrado cómo una hoja seca en otoño, deslizándose entre los oídos dispuestos a atender.
El murmullo.
Un murmullo. Y eso era lo que hacía presagiar el destino expectante. A lo lejos, sólo se vislumbraban los pivotes, y el olor a salitre cada vez era más intenso, incluso romántico. Había brisa que le alborotara los cabellos, y era aquella la que anheló durante tanto tiempo. Quizás fue entonces cuando comenzó a sentirse feliz, quizás lo fuera plenamente cuando se acercara al susurro del acantilado y en ese instante quiso recordar aquel día tan doloroso y lejano, la mañana en que descubrió el

Mar.
Y es tan inmensa la desazón que prosigue al corto período de dicha que los sentimientos se confunden en las cadenas de la impotencia, cómo aquel pequeño riachuelo que se fusiona en las aguas convirtiéndose en miles de partículas de la nada más dolorosa. Mar que atrae su oleaje venenoso guiada por los influjos lunares, lastrando los recuerdos sobre la orilla, y decidme: ¿Tantas horas pasan hasta que estos vuelven a ser recogidos por él

...mar...

Azul.
Cómo el cuadro de un inmenso cielo, que caído al suelo rompió el cristal en un arrebato de ira, la belleza, al fin, se puede hacer añicos de la forma más simple, y el azul se torna negro, cómo el lienzo, vuelto boca abajo, preñado de oscuridad.

Mar Azul.
¿Conseguiste romper a llorar al fin? Después de recordar tantos instantes perdidos. Después de anhelar un momento de tregua infinita, ese pequeño espacio que permite respirar la brisa de unas aguas imaginarias y de un peñón a lo lejos visto desde un acantilado, que te asomas y lo miras y te mira y se miran, y contempla tus entrañas y abre sus fauces hambrientas deseosas tan sólo de unos pequeños sueños sin importancia, de un azul insignificante y de un mar derrotado, para él, como no, ya no hay pureza.

03 mayo 2009

Esquirlas de aire. Capítulo Tres

He destruido el mundo.
Fue lo que dijo.
Y ladeando la cabeza, sonrió.
Y la sonrisa le pareció a la chica tan terriblemente familiar que le resultó espantoso, ahí quiso desvanecerse por momentos, que su cuerpo se licuara hasta que las cuerdas que la ataban cayeran al suelo, deseó infectar su memoria para no recordar ni un retazo más del pasado más inexplicable.

Las palmas le sangraron tanto que el baile de figuras no era lo único asombroso.
Sus manos contenían cicatrices.
Cicatrices.
Sus manos.
Tenían.


Pier contaba con cinco años de edad cuando ya supo su destino. Cinco y tomó consciencia del enorme peso que debía portar sobre sus hombros. Cinco cuando la responsabilidad lo atenazó para siempre. Cinco años. Y un día fue empujado durante el recreo y las palmas de sus manos aterrizaron sobre la tierra. Allí sangraron y lo contempló todo con claridad. Lo hizo enloquecer y se revolcó sobre el suelo hasta que lo alzaron en brazos y utilizó las uñas para fajarse y de ahí al carrusel de psiquiatras, todos ellos mal informados, una teoría más, otra píldora. Mamá, estoy sangrando, pero su madre no lo veía, tres veces al día, cuatro dosis. Su padre lo contemplaba de lejos y enterraba el rostro en cualquier agujero, avergonzado, papá, me resbala la sangre por los brazos, no lo hace, no lo hace, un centro, una habitación tapiada, lo que fuera para esconderse del escarnio, olvidar el tremendo error, un trago más no me hará daño, otra pastilla, cada seis horas.

Y volvía a amanecer.

Su vida roja formaba figuras y escribía palabras que sólo él entendía. Allí se dibujaban montañas, extendían valles, nacían ríos.

Despertó y lo hizo liberada, sus tobillos y muñecas habían sido desatados, pero su cautivador permanecía con ella, sentado en el suelo, en una esquina. Lloraba.
-Todo ha salido mal-dijo.-He salido fuera y no hay absolutamente nada, el vacío, el fracaso.
La chica, ajena, buscaba con la mirada alguna vía de escape.
-Pero no la hay. No tienes donde ir.
El hombre se levantó y caminó hacia ella.
-¿Por qué no me das las gracias? ¿O preferías estar muerta como todos los demás, Silvia?

28 abril 2009

La carta



La rescató de la papelera y estaba rota en cinco partes. Sólo pudo recuperar cuatro y las extendió todas sobre la mesa formando un mosaico indescifrable. Recogiéndose tras la oreja una brizna de cabello furtiva, se sentó ante el rompecabezas de palabras inconexas, utilizando las dos manos para ir moviendo los pedazos a su antojo, arrastrándolos sobre la madera, formando incluso vocablos nuevos. No tardó en recobrar el sentido del puzzle y leyó lo que pudo, pues el resto yacía incomprensible entre fotografías, recortes de periódico, agendas de teléfono. Todo un pasado ya inútil.
Al acabar, exhaló un suspiro, levantándose para ir a la habitación donde él descansaba desde hacía ya tres días.
-¿Tú la leíste? ¿La leíste toda?
No obtuvo respuesta, como no obtendría jamás ninguna otra. Vencida, rodeó la cama hasta llegar a la ventana, para abrirla y dar paso al aire viciado que tantos titulares había estado acaparando. El silencio entró con él, en una vorágine ensordecedora, donde el horizonte enloquecido ya no acogía los pasos que dejaban huellas sobre la tierra.
Y esperó.
Esperó hasta que las palabras escritas perdieron su significado.
Esperó hasta que el descanso se tornó más intenso.
Esperó hasta que sus manos olvidaran la memoria.
Esperó hasta que su cabello cayera lacio besando las baldosas.
Esperó hasta que su piel resbalara por los huesos.
Pero nunca llegó.

...

Thomas Baley Aldridge escribió a finales del siglo diecinueve el relato más aterrador que he podido leer:

“Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.”

Lo he recordado tras lo sucedido estos días en México y me ha servido de inspiración para La carta.

25 abril 2009

Esquirlas de aire. Capítulo Dos

Tuvo que amordazar a la chica mientras todo sucedía, era necesario, no paraba de gritar y Pier comenzaba a tener la sensación de que sus tímpanos cederían tarde o temprano y sería una injusta ironía que todo acabara de aquella forma, absurda manera.
Seguía pegando el rostro al hueco que quedaba entre las tablas que tapiaban la ventana, y miraba, absorto y con admiración, a pesar de que casi nada podía verse. Sus grandes y oscuros ojos se abrían de forma perpleja, incrédulos todavía de que todo se hubiera iniciado ya, la larga y raída cabellera le caía sobre los hombros y su boca desdentada esbozaba una sonrisa de impaciencia. Detrás de él, la joven gimoteaba tras la mordaza. El hombre se acercó a ella con pose engrandecida, a lo que la chica echó la cabeza hacia atrás, esperando un estallido de violencia que finalmente no se produjo.
-Deberías disfrutar del momento histórico que estamos viviendo, en vez de patalear como una niñata de parvulario.-Le dijo mientras le liberaba la boca.
Y una vez libre, solo pudo lanzar un alarido.

Dime qué eres. Porque te lanzas hacia mí con furia desorbitada. Dime que tienes entre tus manos para apresar los pasos que debería haber dado. Dime como hablas porque tu voz no llega clara. Lanzas golpes de impotencia y yo callo, la calle no es tan lejana, nadie acude a mi llamada. Dime porque me llevas en volandas y te adueñas de mi camino.
Dime
maldito


-bastardo! ¡Que quieres de mí! ¡Que
meatasalasilla maltratasmicordura qué!
- ¡No! ¡Calla!-Pier se llevó las manos a los oídos, dando grandes zancadas que recorrían la pequeña habitación. Mientras, la cautiva lo miraba incrédula, incapaz ya de poder llorar más o gritar.
Hacía horas que la mantenía así, con los brazos detrás de su asiento y los calambres comenzaban a ser cada vez más constantes. La sinrazón del momento la sometía a un estado perturbado: desde que recuperó la consciencia no había sufrido vejación alguna a parte de su inmovilidad y su secuestrador se limitaba a intentar mirar al exterior y reír, ahora balbucear, ahora llorar, ahora caminar, de nuevo a reír.
-¿Porqué me has traído aquí?

Estás caminando y las luces de la calle no son lo suficientemente tranquilizadoras, se cruza un gato y notas la presión en tu cuello, el golpe en la cabeza, mil recursos crecen en el nudo de tu estómago pero mueren en la garganta al notar el sabor de la sangre entre tu dientes, el foco de la farola no te ciega del todo al mirar hacia arriba y ves los nubarrones que presagian lluvia. No me he traído un paraguas.

-Tuve que hacerlo, ya no tenía tiempo.-Le dijo Pier. Dándole la espalda, ladeando la cabeza.
-¿Tiempo? ¿Qué tiempo? ¿Qué locura?
El hombre se volvió para mirarla, con expresión de incredulidad en el rostro.
-¿No lo ves? ¿No lo estás oyendo?-Le dijo abriendo las palmas de sus manos, que contenían cicatrices.-He destruido el mundo.

…continuará.

23 abril 2009

Pintan de rojo rosas blancas



Balancea su cuerpo trémulo, allá, en la vigilia de una muerte que arranca violenta la última esperanza, desvanecida en un momento perdido. Espinas adamascadas rozan la pulcritud de tu piel, perlada de gotas de sudor que recorren el camino que no supo hacer el conejo blanco apresurado, reloj en ristre. En los pliegues de tu rostro escriben cuentos iniciados erase una vez donde un sombrero de copa celebraba un cumpleaños y pasaban las páginas en un punto y aparte, de nudo desenlace, de fin incierto. En la raíz del cabello los naipes parlotean despistados, cruzando las lanzas que la Reina sin corazón invoca y Alicia todavía no sabe porque tras el espejo siguen pintando de rojo rosas blancas.

...

Hoy es el día donde cientos de libros encontrarán su descanso final en lo alto de una estantería donde jamás serán leídos. El último destino será competir con los elegidos anteriormente, a ver quien es capaz de acumular más polvo sin por ello tener que perder la compostura.

Durante años soñé con poder sentarme una mañana de abril en la Rambla soleada, bolígrafo en mano y un buen puñado de dedicatorias en mi cabeza para los que esperaban delante, pacientes y admirados.
Hoy el sueño ya se ha difuminado.
Pero me congratulo al poder firmaros este post uno a uno, si a bien tenéis.

21 abril 2009

Tránsito



J.G. Ballard contempló el abismo…

...
Microrretalo I

Caminaba despacio, y cuanto más lo hacía, más rápido corrían detrás de él.

Microrrelato II

-Si quieres mirar hazlo ahora.-Le dijo.
Pero el ojo de la cerradura era demasiado pequeño y solo atisbaba retazos inconexos de algo que fue, que era, que no estaba.
-¿Y los demás?-Preguntó.
-Detrás de ti.
Atendió, inversa, con la otra pupila, y al caer el ojo al suelo, recogió con la tierra lo que necesitaba para el viaje

Microrrelato III

El sol agrietó tu piel formando surcos transitables, aquellos pies que los recorrieron no tuvieron ocasión de saludar, pues deprisa recitaban en sus oídos las cuentas a saldar. Tu nombre gritaron tres veces, y tres fueron los que miraron atrás, allá vienen, dicen, allá están. Abres la boca y solo tienes que masticar y masticar.
...

…y el abismo lo quiso para él.

18 abril 2009

Esquirlas de aire. Capítulo uno

Introducción

Se ha roto el aire.
En mil pedazos, y es tan limpio ahora. Desde aquí abajo se puede oler ya, desde éste recóndito escondrijo que mi angustia ideó. Es mi hogar de tránsito, el descanso del hacedor, la morada de espera. La batalla todavía no ha terminado, pero las explosiones se suceden por doquier en armonía bárbara y reparten un aroma purificador que mis pulmones agradecen, henchidos de orgullo, solo ellos te conocen. Hace tantos años que llevo esperando el dulce momento que no veo el instante de proclamar su proeza, de recoger los frutos del dislate... Son ellos. ¡Son ellos! No hay duda, y ahora soy tan feliz...
Desplazo mi memoria a los tiempos del cataclismo, no recuerdo la última vez que me sentí tan dichoso. Frente a la pantalla de la infravida, resultante del soliloquio amordazado,
extasiado,
ansiado,
endiosado,
de mis entrañas turgentes, devoradoras de insectos; espero el momento de la coronación.
Amor(dazado)
(Vi)Vir
El daño-el extraño.
(Su)Frir
La roca-la loca
Im-penetra
Tú entras.
Pier extendió los brazos proyectando una sombra en cruz, humedeciéndose los labios cuarterados de reseca piel embotada.
Ellos son todos.
Son mis hijos.
...Son Mi Creación...

...continuará

Otro orden de cosas.

En televisión nos inundan con programas nostálgicos, los inmediatos y los más pretéritos. Es una constante lo retro y el vintage, una corriente invertida. ¿Somos espectadores del principio del fin del mundo?
De ser así, habría que empezar a elegir el que cabalgue sobre la bomba. Y el más importante será el último ser que vea la carta de ajuste.

16 abril 2009

Horda

Algo no funciona correctamente en el cerebro humano.
El 14 de abril se vendieron 19.000 entradas en cincuenta minutos para asistir a una masacre en la Monumental. El 5 de Julio, una persona de nombre compuesto, torturará primero y asesinará después, sin mediar provocación alguna, a seis animales.
Hoy tengo diecinueve mil razones para desear que hubo un día de abril que debió durar tan solo veintitrés horas y diez minutos.




Microrrelato I Horda

Alzó la vista queriendo saber, pero una miríada de pares de ojos se posó en su figura. La respuesta no estaba en quien pretende formular una pregunta, pues no había forma de sortear la jauría. Pensó (deseó) que no le obligarían a hacerlo, pero entre la furia y la desazón solo había un breve atisbo de lucha, nimia oquedad de su ser. La nulidad de su futuro no le brindó más oportunidades y una vez tumbado en su propio carmesí, perdonó lo injusto, pero no la saliva ponzoñosa de los que bramaban en la insania.

Microrrelato II adroH

Su voz empezó el cuento por el final, y después no supo que había muerto.


...
Palabras que aborrezco.
Primera entrada: Difusor.

14 abril 2009

Geburt




Nació en el estruendo, acompañado de larvas que devoraron su oculta salida. Nació entre guerras de lodo, saltando por los aires al universo de todo lo que se hizo.
Nació de la sangre, derramada en el sollozo de los que lucharon por impedirlo. Se ocultó entre el follaje, comió de las piedras e inventó las historias que siempre escucharían con el polvo de lo huesos rotos los oídos soslayados. Sonreiría al maniaco para decirle: "No grito por ellos, no lo hago."
Se sentaría a horcajadas sobre la roca más alta y hablaría al otro con voz de legiones.

“Escucharás tú, lo harás.”
“No es posible hacerlo solo.”
“No te alimentarás hasta que no acabe, descansa tus pies, amolda tu cuerpo, el camino será largo.”

Miras alrededor la curiosa transformación del tiempo, se detuvo la niebla a un golpe de tu mirada.
Las tiras de mi piel arrancan el susurro.
Las tiras de tu piel arrastran el susurro.
En mí, en ti. No eres más que la caricatura de una pluma. En ti, por mí, tuerces el gesto a la mirada furtiva.

Es mi carne la que busca tu cuento.
Es mi carne en este maldito fuego.

Seas bienvenido…


Agradecimientos

Lo que sigue, en un principio, debería ir en el primer comentario, pero creo que es de justicia que forme parte del post de inauguración.
Todo esto es gracias a la mujer a la que amo. El diseño de la plantilla y el header son obra suya, todo lo bueno que hay aquí es gracias a ella, lo malo, es culpa mía.
No me puedo olvidar del blog de referencia que es Yoya lo dije y de todos los que lo habitan. Sois grandes. Aquí he de hacer una mención especial a eldeu, suyo fue el primer comentario que se hizo, y es el siguiente:

eldeu dijo...
el primer comment en este blog?

estoy impaciente!!

11 de abril de 2009 19:50


No me apetecía que se perdiera para siempre.
No quisiera dejar de mencionar a La Oscura Ceremonia, por las oportunidades dadas.
Los demás, todos, ya saben que los tengo presentes aunque no siempre esté.
esto que se abre hoy es para el que le apetezca, para los de aquí y los de allí, de un lado y de otro, así que espero no defraudar a nadie.

Leed y disfrutad.
 

Mi carne en este Maldito Fuego © 2010