11 mayo 2011

Antologia Z de Somos Leyenda y AI.


Los amigos del foro Somos Leyenda y Athnecdotario Incoherente nos presenta Antología Z, organizada e ideada por Athman.
Antología en la cual participo con un relato: "La noche a través de una luz muerta"
Totalmente gratuita se puede descargar desde aquí

Espero que os guste.

07 enero 2011

Los fantasmas que hay en ti.

Definitivamente, este ha sido un mal día para perder la virginidad. Eso fue lo primero que pensó Darío una vez la lujuria se vio completamente destruida por lo que pudiese estar ocurriendo en las calles de la ciudad. El desenfreno de sus embestidas y el dinero pagado nada pudieron hacer en contra de la creciente multitud que se congregaba en las calles haciendo no se qué.
—Gritando, joder, están gritando. —Es lo que le dice ella mientras se viste echando miradas furtivas hacia la ventana.
Él, pobre diablo, se quedó perplejo de pie, desnudo y con una parte de su anatomía mirando al techo. No podía parecer más ridículo, ya que en sí lo era por naturaleza..
—¡Pero te he pagado! —Alcanzó a decir.
—¡Pues te lo quedas!—Le gritó lanzándole los billetes a la cara. Sólo hacía quince minutos que ella se había reído cuando le propuso ponerse a veinte uñas. Las ocurrencias de su mente libidinosa no tenían fin, después de tanto tiempo esperando aquel momento.
Para que encima no concluyera en nada.
Porque de verdad estaban gritando todos en la calle, y a veinte pisos de altura como se encontraban era del todo perceptible.
—Quizás no sea buena idea que te marches. —Dijo Darío.
Pero no comprendía nada. Una mirada de reproche de la anterior alegre muchacha, con dinero de por medio, fue suficiente. Posiblemente tuviese hijos, o novio, o marido, o las tres cosas con toda seguridad, pero seamos sinceros, la perspectiva de quedarse encerrada con un hombre que no había perdido la virginidad hasta los treinta años no era muy halagüeña.
Y estaba aquello.

Los bramidos.

Cada vez sonaban más agonizantes. El hombre se acercó hasta la ventana apoyando las manos contra el cristal. Desde tan alto no podía ver nada, pero juraría que la gente estaba muriendo en las calles. La piel del cuerpo se le erizó. Se sintió ridículo porque en un primer momento creyó que se trataba de algún tipo de festejo. Ahora estaba aterrorizado. Si aquella chica salía de su casa jamás llegaría a su destino. Dio la vuelta sobre si mismo para advertirla pero ya no estaba allí. No había escuchado la puerta de salida y ni tan siquiera se había despedido, pero esto último ya se lo esperaba. Recorrió la casa, por si en un ataque de pánico se había escondido en cualquier otra habitación, pero estaba tan sólo como en los últimos treinta años de su vida.

Aquello no podía acabar de otra manera. Su patética vida gris coronada por un momento de placer interrumpido gracias a una masacre en las calles. Fabuloso. Darío lo asumió como había aprendido a aceptarlo todo y mientras se vestía encendió el televisor para saber que demonios estaba ocurriendo y si de verdad debía temer por su vida, a tenor del escándalo creciente del exterior.
Sonrisas y lágrimas era la película que estaban emitiendo. En todos los canales. Demonios, de verdad que el mundo se estaba acabando.
No acabó de apagar el aparato cuando golpearon la puerta de entrada. Una pequeña parte de él quiso creer que era la prostituta, que finalmente se había quedado convencida que transitar las calles aquella noche era un suicidio. Pero bien sabía que no era así. Los golpes, enérgicos e insistentes, no anunciaban nada bueno. Se acercó, sigiloso, hasta ella, cuando los porrazos lo detuvieron en seco. Tan fuertes eran que parecía que iban a sacar la puerta de sus goznes.
—No abras.
La voz, detrás de él, le hizo dar un respingo estúpido. Allí se encontró a la mujer, empapada en sudor, con el pelo apelmazado pegado a su rostro. Darío no daba crédito y sólo pudo balbucear antes de preguntarle que de dónde demonios había salido.
—He estado aquí todo el tiempo.¬— Contestó ella. La voz le temblaba y no dejaba de mirar de un lado a otro, finalmente lanzó un grito cuando volvieron a aporrear la puerta.
—Van a entrar. —Susurró Darío a lo que la chica asintió haciendo un leve movimiento de cabeza.
El hombre la agarró de un brazo y la arrastró hasta la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
—Ahora mismo me vas a contar donde te habías metido. —Dijo el hombre mientras la chica se dirigía hasta la ventana.
—Las calles se han llenado de cadáveres y son devorados por ellos, arrastrándose sobre sus cuerpos.— Contestó ella, con la mirada perdida.
—Has estado fuera.
—¡No! —Gritó la chica mientras giraba la vista hacia la cama. Darío hizo lo mismo y vio el reflejo de dos cuerpos entregados al sexo con inmoralidad descontrolada. El destello desapareció cuando escuchó abrirse la puerta de entrada. El corazón se le agarrotó en el pecho y por unos segundos dejó de respirar mientras percibía, atento, los pasos que se dirigían a la habitación y se detenían al otro lado.
Darío lo oyó respirar. Paciente en su milenaria espera lo notó en su piel, atravesando los poros, lo encontró detrás de sus ojos, dirigiendo su mirada, lo vio hambriento tras siglos de encierro, caminó con sus garras sobre los cuerpos inertes en las aceras, cubriendo el asfalto, con su boca desgarró la carne y tiñó su saliva de carmesí, en desespero cierto y la caída a media luna de una noche ennegrecida. El lamento enjuto en pos de la línea azul entredicha. En un lado, la viscosidad de los carroñeros royendo los restos mortales, en el otro, el reverso de una vida del revés con manos acariciando su torso, sobre su sexo, en el interior de su cuerpo, a través de su ano.
Lo oía respirar mientras la chica reía por lo bajo cuando escuchó decirle que la quería ver a veinte uñas. Y ya puedes reírte lo que quieras porque mando yo y esta es mi noche, furcia. Lo escuchó inhalar mientras penetraba con furia, mucho antes de que las calles se convirtieran en un festín para seres milenarios.
Porque él es el primero. Eres el que inicia la enajenada carrera de aquellos.
Sonríe, llora, porque esta es una mala noche para perder la virginidad.
Con las manos agarrando las caderas de la chica curvó el cuerpo y le arrancó un buen pedazo de carne del costado que masticó con fruición mientras con los dedos le desgarraba la garganta y le arrancaba la tráquea del cuello. Lo oía respirar aferrado a su cerebro como alimaña cruel entretanto comía el cuerpo de la desdichada dejando sólo huesos esparcidos sobre la cama. Y él se revolcaba en ellos lamiéndolos con éxtasis ajeno a las larvas que invadían inexorables su hogar.
Respiraba paciente mientras no quedaba ningún lugar más donde ir. Invadían incansables cada habitación de su casa, lentos, pero obstinados. Arrastrándose por las paredes, viscosos en el suelo, subiéndose a su cama, reptando por la almohada. Los gusanos, quedándose con su morada. Anillados, transparentes, con patas, sin, devoran todo a su paso, la tela, la pintura, los azulejos, con hambre infinita, voraces en su carrera hacia su carne, su sangre, sus órganos, introduciéndose en su pene, saliendo de la cuenca de sus ojos, las orugas que acompañan a los que esperaron tanto tiempo.

A que las calles gritaran.
 

Mi carne en este Maldito Fuego © 2010