28 mayo 2009

Victoria

Al abrir el blog me hice una promesa. Algo que sólo podía suceder una vez al año. Una imagen que me retrotrae a la infancia. Una sola letra. Una alegría inmensa. Y nada más.

...o mucho más...

25 mayo 2009

Esquirlas de aire. Capítulo Seis.

-¡Silvia! Es hora de salir ya.

Sobresaltada, alzó el cuchillo por encima de su cabeza en actitud amenazante. Caminó hacia la puerta pero esta se abrió antes de que llegara. Un hombre de edad avanzada pero no anciano, ataviado con una oscura gabardina de pana, entró, cogió el arma de Silvia y la lanzó al otro lado de la habitación, al tiempo que observaba el cadáver destrozado de Pier.
-¿Para esto nos pediste un acompañante?

-Está bien, haré lo que me estáis pidiendo. Pero tengo tres condiciones.
-No sé si puedes permitirte exigirnos.
-Puedo.
El pulso de miradas no duró más que unas fracciones de segundo.
-Un momento.
El hombre se levantó de la silla y fue hasta el despacho contiguo, dejando la puerta entreabierta, Silvia pudo ver como hacía una llamada de teléfono y asentía con la cabeza durante dos minutos. Al colgar estuvo unos segundos dubitativo, acariciándose profusamente la barbilla.
-Está bien-dijo una vez volvió a sentarse-que es lo que quieres.
-La tercera condición es…
-Un momento, ¿la tercera?
-Sí, empiezo por la tercera. Y quiero un acompañante.
-Eso es imposible.
-Lo será.
-No.
-No estoy pidiendo a cualquiera.


-Lo has dejado hecho un cristo.
El hombre mayor acercó una mano al párpado izquierdo de la chica y lo levantó hacia arriba, ella se zafó enseguida, molesta, e intentó agredirlo, pero el hombre logró cogerla de las muñecas y detenerla.
-Creo que te has sobrepasado con las drogas.-Le dijo mientras la soltaba y se dirigía hasta la silla.
Una vez sentado se sacó un paquete de tabaco del bolsillo interior de la gabardina y se encendió un cigarro.
-Mira, las cosas ahí fuera no han salido exactamente como las planeamos, así que tus dos primeras condiciones creo que tendrán que ser anuladas, sobre todo la primera.
Le dio una fuerte calada al cigarro, quemando con avidez el papel que envolvía el tabaco, exhalando el humo placentero que fue directo a los pulmones, recorriéndolos enteros en su viaje de muerte, para hacer el camino inverso.
-Silvia, hemos tenido que matar a tu hijo.

…continuará…

21 mayo 2009

Retazos



Microrelato I

Guardaba en el armario el cúmulo de una vida desencajada, colgando en cada percha los trajes mortuorios que penden de los cuerpos que caminan en la ciénaga, en un vasto espacio sin sentido. Grita silencioso tras la imagen distorsionada, no quedan más sombras que perseguir en una casa vacía, donde los muertos ya no descansan, pues los vivos siguieron su camino marcado.

Microrelato II

La canción no termina. Balbuceas la letra sin comprender el significado, pero no termina. Tu sendero tampoco acaba. Recoges las notas que se cuelan bajo las uñas, pero no acaba. Inventas las frases construyendo un todo ya que no te queda tiempo, pero no cesa tu anhelo que es sólo el principio de una razón; cuenta los pasos hasta llegar.
Uno, dos, tres.
Y empiezas.
La canción no termina…

Microrelato III

Pide un último deseo.
“Quiero que vuelva.”
Pero detrás del espejo no había espacio para los dos.

Microrelato IV

Había una oreja dentro de una caja. Y la caja estaba sorda.

Metarelato

Hubo un tiempo en que guardaba una canción inacabada en el fondo del armario, de letras interminables y notas furtivas que pedían que formulara su último deseo. Pero era demasiado tarde, ya que ahora recorría el sendero que lo llevaba a la ciénaga, intentando voltear el reverso del espejo que habitaba la solitaria casa de los muertos, sordos ante la melodía que les hacía resaltar sus muecas macabras, danzando la alegre sinfonía del que pronto llegará.
Ahí estarás.

16 mayo 2009

Esquirlas de aire. Capítulo Cinco

-¿Lo ves? ¿Ves como forma palabras?
La sangre de Silvia caía a borbotones en el suelo, creando un charco espeso, pero la chica no veía más que lo que era suyo estaba saliendo de su cuerpo para dejarla sin nada. Agarró las manos de Pier que todavía asían la empuñadura e intentó empujarlo hacia atrás para sacar la hoja de su estómago, pero las fuerzas ya habían huido también y sólo le quedó entregarse a su destino. Los huesos le temblaron, sus músculos aullaron de rabia, retorciendo con las vísceras que seguían luchando por sobrevivir. Las terminaciones nerviosas estallaron y el cerebro comenzó a palpitar, deseando destruir el cráneo y liberarse de la agonía. Un cúmulo de anhelos vertiginosos fluyó por los poros, palabras mal escritas, gestos torcidos, espirales de carne que se encontraban y separaban, estiraban de una punta y de la otra los dientes preñados de lágrimas, la lengua abotargada que se dividía en tres, un pliegue de vida, otra ecuación sin destino, una eyaculación insípida. Doblo mi cuerpo en dos partes, esas en otras dos, y dos más y más todavía hasta que desaparezco…
Y Silvia en el otro extremo del cuchillo, agarrándolo de la parte inofensiva con el metal incrustado en el cuerpo de Pier que la miraba sorprendido sin poder articular palabra. La chica vio su rostro reflejado en la pupila del hombre y comprobó como en su cara inocente se dibujaba la sonrisa que pobló sus pesadillas infantiles. Silvia se llevó una mano a su estómago y se percató de que estaba ilesa, al tiempo que Pier alzó sus brazos intentando alcanzarla para poder detenerla, en las muñecas del hombre había marcas que delataban que había sido fuertemente atado y ella dio como respuesta otro empujón al arma. Dentro del estómago giró el cuchillo para que el filo quedara hacia arriba y así comenzó a subirlo, creando una abertura infame en el cuerpo de Pier, que derramó su interior sólido sobre las manos de la asesina, liberando ya al torturado de la escena cruel, cayendo fulminado en un golpe sordo.
Dejó caer el arma al suelo, volvió a mirarse el abdomen, liso y perfecto, se tocó la cara con las manos ensangrentadas, volteó la mirada por la habitación, caminó, ya no le dolían las piernas, fue hasta la silla, se sentó, no reconoció haber estado allí, se acercó al muerto, le dio la vuelta, lo abofeteó, volvió a la silla, le lanzó una patada, a Pier, otra, cogió el cuchillo de nuevo, lo clavó en el cuello del inerte, en los ojos, en la frente, en los pulmones, en los brazos, en las manos, otra vez en los ojos, en los testículos, las piernas, de nuevo los ojos.
Una voz envejecida la llamó desde el exterior.
-¡Silvia! Es hora de salir ya.

…continuará…

14 mayo 2009

Schránka




Una caja de madera cerrada.
No más grande que una de zapatos, lisa y sin pintar. Descansaba su peso sobre una mesa de metal en la inmaculada habitación blanca, justo en el centro, no había ni un solo milímetro al azar. Los dos hombres que la observaban ocupaban cada uno una de las baldosas del suelo y se mantenían a una distancia prudencial.
-¿Y bien?
-¿Y bien qué?
-¿Piensas hacer algo?
-¿El qué?
-No sé, abrirla por ejemplo. ¿Vas a hacerlo?
-Sólo es una caja.
-Sí, pero está cerrada.
-¿Y?
-Normalmente lo que está cerrado es para que se abra.
-¿Y por qué no lo haces tú?
-Porque te lo he pedido a ti.
-¿Y si te lo pido yo?
-No sé, prueba.
-Abre la caja por favor.
Los dos siguieron contemplándola, ni siquiera parecía que fuera de madera noble, pero apabullaba su presencia desbordante, engrandecida por momentos.
-Dicen que tiene muchos siglos.
-Sí, lo dicen.
-Gran hallazgo.
-Desde luego.
-Y nosotros dos podríamos ser los primeros en ver su contenido.
-Exacto.
-Si la abrimos, claro.
-Sí, si la abrimos.
Se miraron el uno al otro, uno se rascó junto a la nariz, el otro dio un golpecito con el pie a la baldosa.
-Al parecer lo que hay dentro podría cambiar la percepción que tenemos de la historia.
-Interesante.
-Incluso podría mejorar el futuro de tus hijos. ¿Tienes hijos?
-Sí. ¿Y tú?
-No, tengo un gato, pero lo quiero como a un hijo.
-¿Y a tu gato también le podría beneficiar lo que hay en la caja?
-Puede.
-¿Puede?
-No tengo tanta información.
-¿Y crees que deberíamos abrir la caja sin conocer todas las consecuencias?
-No había pensado en eso.
-Pues muy mal.
-Fatal.
-Tú quieres a tu gato.
-Sí.
-Entonces creo que no hay nada más que hablar.
-No.
-Por cierto, ¿me puedes cambiar el turno el próximo lunes? Mi hijo tiene partido.
-Por supuesto, ¿de que es el partido?
-No lo sé.
-Bien.
-Bien.

11 mayo 2009

Esquirlas de aire. Capítulo Cuatro

Silvia.
Te ha llamado por tu nombre.
Te golpea, te secuestra, te ata… y pronuncia tu nombre. Sobre el suelo de hormigón, tras las ventanas tapiadas, frente a los botes de conserva de las estanterías, con el pelo raído, su boca desdentada, la lengua infectada… ha dicho Silvia.
-Te conozco ¿verdad?-Le preguntó al hombre, que parecía más calmado, que continuaba de pie, seguía dando pasos cortos en círculo, pero más relajado, o quizás resignado.
-¿No lo recuerdas? Fuiste la única que no se rió de mí cuando me empujaron al suelo y me dañé las manos.
Lo contemplabas desde la distancia y tu mente infantil no alcanzaba a comprender la dimensión de lo ocurrido, pero sí viste la sonrisa previa a los gritos de horror y aquella fue la mueca que te persiguió durante tantas noches de pesadilla, en las que tus padres acudían al rescate y mirabas la luz recién encendida y la veías, tras la puerta del armario allí estaba, bajo tu cama, esperándote tras la persiana, entre tu pelo, en los libros de texto también la veías.
Por primera vez Silvia se levantó de la silla, y a pesar de que todavía notaba las piernas entumecidas, consiguió caminar hacia Pier.
-¿Tú eres…?-Comenzó a decir.
-La sangre que brotó de mis manos dibujó palabras que supe leer claramente. ¿Lo entiendes? Y tú las viste conmigo.
-Yo tan sólo te miré a ti, pero hace tantos años de eso…
-¡No! ¡Tú viste lo que yo!
-Ni tan siquiera recuerdo que sangraras.
Pier se acercó a ella y levantó una mano para acariciarle la mejilla, tan dulce que incluso a la chica le gustó.
-Me estás mintiendo, Silvia. No fue la única vez que pasó, ¿verdad? Hubo otra y no te quieres acordar.
-Estás totalmente loco.
-¿Loco? ¿Quieres verlo tu misma? Abre la puerta y echa un vistazo al exterior.
El hombre se apartó de su camino y le señaló con una mano la puerta de salida. Silvia, sin pensar en las consecuencias, salió corriendo lo que sus piernas le dejaban hacia la meta. Agarró el pomo con las dos manos, lo giró, y abrió.
Su corazón también quedó impresionado ante lo visto y se detuvo por unas décimas. Los pulmones no quisieron recibir más aire por unos instantes, enloquecidos ante el dislate y Silvia no pudo ver más, dándose la vuelta, corriendo tras su cordura.
-¿Pero qué…?
La sorpresa sustituyó al dolor y bajó la mirada para cerciorarse del final. La hoja de acero se escondía en su estómago y las manos que guardaban el mango de madera ya se teñían de rojo, quiso pedir clemencia, pero la sangre que llenó su boca se lo impidió.

…continuará…

07 mayo 2009

Espectro



(Recomiendo escuchar la canción mientras se lee el relato, esa es la idea de este pequeño experimento.)




Te está mirando.
¿Lo ves?
Todavía no te ha dicho una sola palabra, pero te observa en la lejanía.
¿Quieres que me acerque?
Anoche en tu habitación también estaba, pero no te diste cuenta. Arrimó su boca a tu rostro y exhaló el aliento que desperdiciabas.
¿Rozo tu piel?
Se sentó a tu espalda en el tren y escudriñó el reverso de tus ojos, pero no la miraste. Se introdujo en tu boca mientras comías pero no la masticaste, apoyó su cabeza en tu hombro y enredó sus dedos en tu cabello, arañó el cerebro y se llevó una porción gelatinosa de tus recuerdos, los más carnosos que pasasteis antaño y los ubicó en sus entrañas convirtiéndolos en gritos sobre la tierra cercana de tus pies.
Pero no los supiste ver.
¿Te escondes?
Estaba acuclillada en una esquina mientras hacías el amor y cada gemido era una bala de odio profundo que destrozaba su rostro y desfiguraba su esencia, deformando el sentido de unas palabras rotas antes, insignificantes ahora.
¿No me oyes llorar?
Es ella quien te cierra los ojos y te empuja hacia el metal, la que te besa sobre el asfalto y te acaricia la mejilla, ella es la que recoge tus dientes y dibuja una sonrisa, la que te habla con dulzura y destila una brisa impregnada de la sangre que se escapa entre los poros de tu piel.
Y ahora…
¿Me ves?

05 mayo 2009

Marazul



El otro día, el gran Forçadamus, hizo una petición:

Por cierto, ¿tienes relatos viejos por ahí? Seguro que sí. ¿Los publicarías aquí o sólo planeas poner escritos recientes? A mí me gustaría leer al Maldito pre-blog.

Así que hoy accedo gustoso a sus deseos y os presento el principio de una novela corta que escribí hará casi diez años: Marazul, una triste historia de soledad, violencia, amor y locura. Esto me ha dado una idea y aprovecho la ocasión para invitaros a todos a hacer más propuestas. ¿Queréis que escriba sobre un tema en concreto? ¿Me dais la primera frase y yo sigo a partir de ella? Lo que os plazca, estoy abierto a vuestras ideas. Y ahora, Marazul:


Un susurro tan sólo esperaba escuchar entre las telarañas de esta oscuridad preñada de expectativas tan halagadoras. El mínimo precio después de toda una vida de búsqueda constante. Y que menos podía pedir, el rumor, el susurro, y que estuviera acompañado con la fragancia marina del viaje sin retorno de una ola. ¿Y después? Después todo sería más fácil. O así al menos lo creía. De momento, escuchaba, a ver si aparecía, lento y quedo, arrastrado cómo una hoja seca en otoño, deslizándose entre los oídos dispuestos a atender.
El murmullo.
Un murmullo. Y eso era lo que hacía presagiar el destino expectante. A lo lejos, sólo se vislumbraban los pivotes, y el olor a salitre cada vez era más intenso, incluso romántico. Había brisa que le alborotara los cabellos, y era aquella la que anheló durante tanto tiempo. Quizás fue entonces cuando comenzó a sentirse feliz, quizás lo fuera plenamente cuando se acercara al susurro del acantilado y en ese instante quiso recordar aquel día tan doloroso y lejano, la mañana en que descubrió el

Mar.
Y es tan inmensa la desazón que prosigue al corto período de dicha que los sentimientos se confunden en las cadenas de la impotencia, cómo aquel pequeño riachuelo que se fusiona en las aguas convirtiéndose en miles de partículas de la nada más dolorosa. Mar que atrae su oleaje venenoso guiada por los influjos lunares, lastrando los recuerdos sobre la orilla, y decidme: ¿Tantas horas pasan hasta que estos vuelven a ser recogidos por él

...mar...

Azul.
Cómo el cuadro de un inmenso cielo, que caído al suelo rompió el cristal en un arrebato de ira, la belleza, al fin, se puede hacer añicos de la forma más simple, y el azul se torna negro, cómo el lienzo, vuelto boca abajo, preñado de oscuridad.

Mar Azul.
¿Conseguiste romper a llorar al fin? Después de recordar tantos instantes perdidos. Después de anhelar un momento de tregua infinita, ese pequeño espacio que permite respirar la brisa de unas aguas imaginarias y de un peñón a lo lejos visto desde un acantilado, que te asomas y lo miras y te mira y se miran, y contempla tus entrañas y abre sus fauces hambrientas deseosas tan sólo de unos pequeños sueños sin importancia, de un azul insignificante y de un mar derrotado, para él, como no, ya no hay pureza.

03 mayo 2009

Esquirlas de aire. Capítulo Tres

He destruido el mundo.
Fue lo que dijo.
Y ladeando la cabeza, sonrió.
Y la sonrisa le pareció a la chica tan terriblemente familiar que le resultó espantoso, ahí quiso desvanecerse por momentos, que su cuerpo se licuara hasta que las cuerdas que la ataban cayeran al suelo, deseó infectar su memoria para no recordar ni un retazo más del pasado más inexplicable.

Las palmas le sangraron tanto que el baile de figuras no era lo único asombroso.
Sus manos contenían cicatrices.
Cicatrices.
Sus manos.
Tenían.


Pier contaba con cinco años de edad cuando ya supo su destino. Cinco y tomó consciencia del enorme peso que debía portar sobre sus hombros. Cinco cuando la responsabilidad lo atenazó para siempre. Cinco años. Y un día fue empujado durante el recreo y las palmas de sus manos aterrizaron sobre la tierra. Allí sangraron y lo contempló todo con claridad. Lo hizo enloquecer y se revolcó sobre el suelo hasta que lo alzaron en brazos y utilizó las uñas para fajarse y de ahí al carrusel de psiquiatras, todos ellos mal informados, una teoría más, otra píldora. Mamá, estoy sangrando, pero su madre no lo veía, tres veces al día, cuatro dosis. Su padre lo contemplaba de lejos y enterraba el rostro en cualquier agujero, avergonzado, papá, me resbala la sangre por los brazos, no lo hace, no lo hace, un centro, una habitación tapiada, lo que fuera para esconderse del escarnio, olvidar el tremendo error, un trago más no me hará daño, otra pastilla, cada seis horas.

Y volvía a amanecer.

Su vida roja formaba figuras y escribía palabras que sólo él entendía. Allí se dibujaban montañas, extendían valles, nacían ríos.

Despertó y lo hizo liberada, sus tobillos y muñecas habían sido desatados, pero su cautivador permanecía con ella, sentado en el suelo, en una esquina. Lloraba.
-Todo ha salido mal-dijo.-He salido fuera y no hay absolutamente nada, el vacío, el fracaso.
La chica, ajena, buscaba con la mirada alguna vía de escape.
-Pero no la hay. No tienes donde ir.
El hombre se levantó y caminó hacia ella.
-¿Por qué no me das las gracias? ¿O preferías estar muerta como todos los demás, Silvia?
 

Mi carne en este Maldito Fuego © 2010