
No me imaginaba encontrar una sala de espera tan concurrida. Montones de sujetos mediocres posaban sus carnes sobre el plástico de las sillas ensimismados entre la nada y las motas de polvo que festejaban su viaje iluminados por los rayos de sol que entraban de las ventanas. Resignado, me senté, y no pasó más de diez minutos cuando comencé a sentir el típico resquemor que te avisa para que la vejiga sea vaciada. Miro a un lado y a otro, intento localizar el lavabo. No tengo claro si he de ir, lo más probable es que me llamen mientras esté sujetándome el pene.
Decido aguantar.
Ojeo de forma furtiva el periódico que está leyendo el hombre sentado a mi lado. No consigo entretenerme. Hay que evacuar.
Me levanto raudo, cada segundo cuenta. Una vez posicionado delante del orinal empotrado en la pared no veo la hora de mostrar mi verga al blanco mundo de mármol. Noto la corriente entre mis dedos. Cierro los ojos, es un pequeño orgasmo.
Escucho mi nombre a través de los altavoces.
¡Lo sabía!
Intento apurar todo lo que puedo, meto el culo hacia dentro y aprieto con fuerza, el chorro pasa de ser una curvatura a una línea recta, me salpico incluso en las manos.
Vuelven a decir mi nombre.
Creo que he acabado. Me la meto en los calzoncillos, un último chorro tramposo se esparce en ellos. Me abrocho corriendo, me subo la cremallera, me pillo el vello con ella. Salgo. Que voy, ya voy.
Cruzo corriendo la sala, una chica está a punto de entrar, sustituyéndome, cogiéndola del hombro la echo hacia atrás. Me llama cabrón. Yo he ganado.
Me siento en la consulta.
Saludos fríos.
-¿Sabe a lo que viene aquí, verdad?-Me dice el doctor.
Claro que lo sé. Como no voy a saberlo si me empujan a ello.
Me dice que me ponga cómodo, me reclino hacia atrás. Una enfermera le pasa una jeringa llena de líquido con una aguja enorme, de unos quince centímetros y más gruesa de lo habitual. Me la clava entre ceja y ceja, justo al acabar el tabique nasal, en ese hueco que queda. Introduce el acero, centímetro a centímetro hasta llegar a los quince. Siento un ligero mareo, me duele toda la parte izquierda del cuerpo. Cuando aprieta la cánula noto que el líquido me inunda el sentido, tengo sensación de ahogo, pronto pasa, creo que estoy babeando, el aroma a orín de los calzoncillos sube hasta mis fosas. Claro que sabía a lo que venía, si no hablan de otra cosa.
Retiran la aguja.
-¿Y bien? ¿Dónde está?-Me pregunta el doctor.
No sé que quiere decirme, desconozco a que se refiere.
-¿Y la carne?-Insiste.-Debería haberla traído usted.
Oh, sí, la carne, creí que todo lo proporcionaban ellos. Craso error. Le digo que no se preocupe, que voy a por ella.
-No, no, no se mueva, tiene todo el cráneo desencajado. No importa, tengo reservas para casos así.
Se aleja de mí. Vuelve con un taladro y una broca de extremo redondo y dentado, de unos cinco centímetros de diámetro y diez de profundidad. Lo pone en marcha y se encara a mi frente, dos dedos por encima de donde me ha hecho la punzada. Aprieta con fuerza. Todo mi cuerpo tiembla ante el engendro mecánico, la broca comienza a comerse el hueso y a hundirse más en mi cabeza, llega a mi cerebro y arrasa con él, después el movimiento contrario y hacia fuera.
-Bonito agujero.-Dice el doctor. Extiende una mano hacia la enfermera.-La carne.-Le ordena.
Le acerca una chuleta que parece ser de buey. No presenta un muy buen estado, tiene algunas partes grisáceas. Hace un puñado con él, rellena el agujero que tengo en la cabeza con ella, lo empuja hacia dentro, parece que se resiste, mete los dedos, hurga, saca restos de huesos, sigue trabajando hasta que no se mueve de allí.
-Todo un éxito, creo.-Dice el doctor.-Ahora veamos si realmente ha funcionado.
Levanta una mano y me enseña tres dedos.
-¿Cuántos ves?-Me pregunta.
-Nosotros nueve.-Le contesto.
El doctor me sonríe, satisfecho, se lleva una mano a las gafas y se las quita, triunfante, acariciando una de las patillas en su descolgado moflete.
12 comentarios:
Sobrecogedor.
Pero real.
nosotros nueve?
Maldito, no lo entiendo!
eso sí, que te gustan la sangre , las vísceras y esas porquerías
Pe. El relato está plagado de metáforas que van al mismo sitio.
La sala de espera llena de borregos. Quiere enseñar su pene al mármol BLANCO. Después de perder su turno se cuela de mala manera empujando a la que le tocaba.
La trepanación, para convertirlo en un borrego sin voluntad. Le rellenan el agujero con carne que cada uno ha de aportar...
3 dedos como tres champions.
El dice que que tiene 9.
Se me olvidaba que la inyección le suprimía la parte IZQUIERDA de su cuerpo.
Alucino!
Yo también alucino, por varias cosas:
-Primens porque es muy bueno
-Segun porque tampoco pillé las metáforas, e igual que Pe, leí dos y tres veces lo de nosotros 9 y tampoco caí.
-Terce, porque es acojonante cómo describes esas guarradas escalofriantes y en cambio te da repelús una fotito de nada con una fracturita de tibia y peroné de no-sé-qué-jugador mediocre.
-Lo de la chuleta post trepanación me recordó a Homer Simpson
-Mejor este formato de presentación.
Lo de los huesos rotos no lo puedo superar. No puedo ver un hueso rompiéndose. Es un trauma.
Se aleja de mí. Vuelve con un taladro y una broca de extremo redondo y dentado, de unos cinco centímetros de diámetro y diez de profundidad. Lo pone en marcha y se encara a mi frente, dos dedos por encima de donde me ha hecho la punzada. Aprieta con fuerza. Todo mi cuerpo tiembla ante el engendro mecánico, la broca comienza a comerse el hueso y a hundirse más en mi cabeza, llega a mi cerebro y arrasa con él, después el movimiento contrario y hacia fuera.
madre de dios
usté és el nuevo lovecraft!!! are me vé al cap la prassiossa escena final d´hannibal quan és al menjador amb la sañureta Clarice i el pobret d´en Paul
bone nit
Bone nit saño cheri, m´agrada que li agradi.
Bueno, bon dia.
Grcies per lo de Lovecraft, lo puto lovecraft.
Ahora me espero unos días a leer el post y con la ayuda de los comentarios me entero de todo, todito.
Esta bueno, y el post también. Me ha llegado hasta el olor de hueso quemado.
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