30 octubre 2009

Malparaíso




Malparaíso, el inmenso valle maldito de la Llanuras Arcaicas, despidió a la Tres Lunas que fueron engullidas por el inmenso sol, como si de una ballena milenaria se tratara. El sonido de los insectos nocturnos desapareció con ellas, cobijándose en sus respectivas guaridas, hechas de lodo y miedo. Las plantas saludaron al rocío y los depredadores comenzaron la cacería, ajenos totalmente a los que dormían dentro de la choza guarecida bajo el más inmenso árbol que ningún gurú pudo haber visto en sus sueños.

Los durmientes, un hombre y una mujer adultos acompañados de una hermosa niña, retozaron bajo las pieles de mamut blanco, hasta que la mañana despertó primero a Helena, que, irguiéndose, estiró los brazos, desperezándose en silencio para no despertar a sus compañeros de viaje. Se levantó, sigilosa, y salió de la cabaña con un cuenco de barro para recoger el agua que brotaba del manantial, donde por la noche habitaban los fuegos fatuos.

Helena.

Helena Encadenada era su nombre. Encadenada a unos recuerdos, a unos deseos, encadenada a una vida que marchaba hacia atrás irremisiblemente, una vida donde los más débiles pasarían de ser hombres a niños, de niños a fetos y éstos a convertirse en moléculas... y luego nada. ¿No era esto lo que le estaba ocurriendo a la pequeña Emeralda? La dulce niña que yacía en la choza junto a Calévala, el hombre que las guiaba por las Llanuras Arcaicas. Emeralda se consumía cada día que pasaba, ¿y no estaba empezando a sucederle a Calévala y a ella misma? La civilización se ha derruido y los bosques vuelven a brotar, hacía ya unos días que vieron volar a un dragón. ¿Cuántos decenios pasaron desde que se vio el último de los dragones?

En el manantial, Helena bebió de su rostro inundado, su cabello largo y oscuro mojaron las puntas en ella, cerrando sus siempre sorprendidos ojos, mojando la diminuta nariz y absorbiendo con gruesos labios de deseo. El agua... la última vez que vio el mar las olas iban hacia el horizonte, no a la orilla, sino de forma inversa, escapando de ella.
Recogió el agua y volvió sobre sus pasos. Cuando llegó al claro donde se hallaba la choza descubrió a Calévala en pie, al verla se lanzó sobre ella, cogiéndola con sus rudas manos por los brazos.
-¿Dónde demonios te habías metido? - preguntó, sobresaltado, mirándola con desesperación a los ojos.
Helena sonrió y echó una mirada al cazo con agua, el hombre hizo lo mismo y al comprobar la razón de su marcha se disculpó, soltándola y dándole la espalda, simulando, una vez más, la frialdad que quería que todos vieran en él.
-No tienes que disculparte, me siento halagada al saber que te preocupas por mí.
-Lo hago por Emeralda.
Helena quiso reprocharle algo pero se contuvo, llevando el cazo a un rincón de la tienda, depositándolo en el suelo. No era nuevo que Calévala ocultara sus sentimientos, sobre todo desde que hicieron el amor por primera vez, allá, en las Tierras Desoladas, semanas después de conocerse, pero Helena tenía la impresión de que el guerrero quería transmitirle el absurdo mensaje de que si copulaba con ella era simplemente para cumplir el deber de todo hombre cuando pasa tanto tiempo junto a una mujer. Helena no lo creía así, aunque podía llegar a comprender a su compañero de viaje, ya que el código de honor de todo Guerrero Ancestral prohibía que éste llegara algún día a enamorarse.
-¿Quieres encender el fuego? - preguntó la chica cuando todavía no había descubierto que ya lo estaba haciendo. Contempló la figura y los impresionantes músculos que el hombre poseía. Era una persona inmensa de larga cabellera y facciones duras e intransigentes, pero aún así era capaz de moverse de manera grácil, dulce y pausada. Helena sintió deseos, pero pronto los apartó de sí para entrar en la choza, quería comprobar si la suave niña de ojos verdes ya había despertado.
-Emeralda...-la llamó - cariño, despierta...
La niña inundó a Helena con su mirada profunda e hiriente y luego saltó a abrazarla. La mujer sintió una tremenda punzada de dolor en sus vísceras, Emeralda estaba destinada a desaparecer, como todos ellos, si antes no encontraban el Bosque de los Elfos Errantes, donde el tiempo era inmaterial, aunque los elfos se hubieran convertido en seres violentos, descarnados y sanguinarios, como las noticias anunciaban. Ellos tres llevaban ya muchos meses en la búsqueda de su tierra, en busca de respuestas, respuestas que podrían hallarlas donde vivía el Mago, en el corazón del Bosque, que los Elfos Errantes nunca podrían traspasar.
-¿Hemos de marcharnos ya? - preguntó la niña con la dulce voz que encantaba los oídos de quienes la escuchaban.
-En cuánto hallamos repuesto energías, Calévala ya está encendiendo el fuego.
Emeralda dibujó una mueca de resignación y se puso en pie. Helena estaba a punto de salir de la tienda cuando la pequeña la detuvo.
-¿Voy a desaparecer, verdad?
Helena la miró, quiso transmitirle serenidad, pero tan sólo pudo mirarla. Su voz se quebró y no había forma de que saliera.
-Y vosotros también - continuó la niña - tú y Calévala. Cada día os veo más jóvenes.
-Emeralda...
-No importa Helena, no hace falta que digas nada, brilla la evidencia.
Al decir esto pasó por debajo de su cuerpo y salió al exterior, fuera se pudo escuchar el saludo del guerrero mientras Helena permanecía dentro enterrando su rostro en las manos, recordando el día, tanto tiempo atrás, en que encontró a Emeralda. Por entonces era una preciosa adolescente, ¿y ahora? Ahora todo aquello había desaparecido, y las olas huían de la orilla del mar. Aspiró una gran bocanada de aire y la contuvo, relajándose. Cuándo creyó que ya lo había conseguido salió de la choza. Allí estaba Emeralda, sentada frente al fuego, juntas las rodillas contra el pecho, parecía ensimismada, contemplando los destellos de las llamas alzarse y caracolear las unas con las otras, mientras, Calévala vertía en el cazo las hierbas alimenticias que siempre llevaba encima.
Sí, no podía desecharlo de su cabeza, cuando se conocieron, Emeralda era una bella adolescente, ahora no aparentaba más de diez años. Helena se sentó junto a la niña y le acarició el pelo mientras miraba el bosque, contemplando el fuerte verde de los árboles milenarios. Las hojas susurraban frotándose las unas contra las otras, y a veces se oían gritos, de algún animal cazando a un ser más débil.
-¿Hacia dónde nos dirigimos? - preguntó Helena a la figura del hombre acuclillado en el suelo, preparando el brebaje. Calévala miró al cielo y no dijo nada. Tan sólo habló Emeralda.
-¿Por qué no lo dejamos? Creo que deberíamos aceptar nuestro destino, yo... yo cada vez me siento más débil y noto cómo mi cerebro mengua, creo que pronto no podré razonar, aunque ahora lo haga de forma coherente, como corresponde a mi edad. A mi edad real.
La niña lanzó una rama al fuego, ésta crepitó dentro de él. Helena, mientras tanto, se levantó, frustrada, y se alejó un poco de ellos.
-¿Hemos de desfallecer ahora? Llevamos meses buscando.
-Exacto - dijo Emeralda.-Demasiado tiempo, creo yo.
-Calévala. ¡Habla! Cuánto camino nos queda, o tú también desistes.
-Ni siquiera sabemos si existe el Bosque de los Elfos Errantes - dijo el Guerrero Ancestral.
-¡No puedo creer lo que estoy oyendo! - se desesperó Helena - ¡Eres un Guerrero Ancestral! Un mercenario sin reino al que servir y que se aliaba con los que más pagaban, seguro que has recorrido el mundo entero en todos sus planos dimensionales.
Calévala se irguió y fue hasta la chica, encarándose a ella.
-Me alié con los piratas del Mar Oscuro para conquistar las Tierras Impías, estuve con los elfos de los bosques de Mitágoras, con los hombres del rey Astracan y con los enanos de las Montañas Duras. Efectivamente, he recorrido el mundo entero y nunca he visto ningún bosque de los Elfos Errantes.
-¡Pero existe!
-Cada vez estoy menos seguro.
Helena alzó un brazo para golpear al hombre pero éste la detuvo, la agarró con una mano y con la otra le rodeó el cuello, la chica comenzó a emitir sonidos guturales ante la expresión de ira contenida del guerrero.
-De acuerdo. ¿Por qué no os matáis entre vosotros? - dijo la niña detrás de ellos. Y ante esto Calévala se relajó, soltando a Helena, que se lanzó a correr al encuentro de Emeralda, bajando al suelo y abrazándola.
-Si quieres marcharte vete, yo nunca te pedí que nos acompañaras - le gritó Helena al guerrero.
-Y te enfrentaras a los orcos a salivazos, cuando los encuentres.
La chica lanzó un grito de rabia y Emeralda se zafó de ella, metiéndose en la tienda de nuevo.
-A veces creo que tu único propósito en éste viaje es acostarte conmigo.
Calévala guardó silencio.
-¿Ni tan siquiera lo desmientes?
-Será mejor que bebas tu ración, a ver si te tranquilizas.
-Sólo quiero que le des esperanzas a ella.
-Tú y yo también retrocedemos.
-Pero de forma más lenta.
Un bramido rompió el cielo y el sol se oscureció por momentos. Un dragón majestuoso, de escamas de oro negro, desplegaba sus alas imponentes rasgando el aire, blandiendo su cola de punta mortífera y clamando a los dioses su existencia. Helena y Calévala se miraron.
-Ya no quedaban dragones - anunció ella con voz melancólica, mirando al guerrero, buscando un camino, una ilusión que cada vez más parecía sumirse en una gruta de podredumbre hambrienta.
El hombre se agachó y bebió del cazo su contenido. Mirando al infinito dijo:
-Acaba de formarse otro mundo, y para que éste avance, para que su historia prosiga, nosotros debemos retroceder, al igual que otro mundo paralelo tuvo que consumirse para que nosotros continuáramos procreando, al menos esto era lo que los antiguos libros de los magos que regían el destino anunciaban. Los leí donde nací, no me preguntes cuando fue, en el lago Milaguas. Nunca creí en nada, por entonces ya se estaba forjando un Guerrero Ancestral. Quien sabe si los Elfos Errantes son tan sólo elfos que han retrocedido en su evolución a su estado más primitivo, y, aunque sienta profundamente decirte esto, creo que nada puede salvarnos ya.
Helena agachó la cabeza e imaginó las olas lanzarse al horizonte, las aves convertirse en huevos, los árboles en semillas y el agua en hielo.
-¿Qué nos queda? - preguntó Helena mientras Calévala le daba la espalda.
-¿Qué nos queda? - insistió alzando la voz, turbando los árboles.
-¿Qué nos queda? - de nuevo, dirigiendo su lamento a los dioses que regían el destino.
Y Calévala no pudo contestar. Sólo lloraba.



La noche se hizo otra vez en Malparaíso y ahora las Tres Lunas eran las guías de los dragones que surcaban el universo en busca de su especie renacida. En la choza aún habitaban los tres seres desesperados, durmiendo, a excepción de Emeralda que, tumbada de costado, intentaba intuir su mano de entre la oscuridad, su pequeña mano. Su consumición se aceleraba y cada vez se hacía más niña, aunque su cerebro parecía ofrecer mayor resistencia, y aquello era lo más duro, si al menos fuese también ingenua... Había veces, como aquella, que se lamentaba de no haber podido saborear los placeres que su cuerpo estaba a punto de ofrecerle, cuándo todo volvió para atrás. Incluso ahora, en ocasiones, sentía deseos carnales, sobre todo hacia Calévala, pero su mente estaba atrapada en un cuerpo de una niña de diez años. Y ya estaba cansada de buscar. Quería permanecer allí, esperando a que todo acabara, y no creía que tardase mucho en llegar ese final. Por favor que no tarde...
Sus vacilaciones se vieron rotas cuando Calévala se levantó y salió de la tienda, a buen seguro que creía que ella estaba durmiendo. Emeralda fue tras él, comprobando antes que Helena seguía profundamente abrazada a Morfeo. Cuando salió encontró al guerrero de pie, en medio del claro, contemplando las Tres Lunas, con una daga en la mano. La niña se acercó a la poderosa figura. Cuando el hombre notó su presencia, habló.
-¿Quieres ver a un Guerrero Ancestral llorar?
-Te he visto hacerlo muchas veces.
-Y no quiero seguir haciéndolo. Creo que me he vuelto débil.
-¿Qué quieres hacer?
-No puedo seguir aquí, no quiero ser como... como
-¿Cómo yo?
-Me he estado engañando a mí mismo creyendo que hallaríamos el Bosque de los Elfos Errantes. Y si existiera ¡Qué! Allí todo sería igual. Lo siento Emeralda, lo siento por ti y por Helena, sé que soy egoísta, pero no puedo hacer otra cosa, aquí estáis bien, os encontráis a salvo, no hace falta que os mováis, que sigáis viajando, tan sólo tenéis que esperar. Yo, por mi parte, estoy derrotado, y siguiendo el juramento de un Guerrero Ancestral, no puedo permanecer arrodillado, lo siento.
Dicho esto posó la daga sobre su vientre, pero Emeralda se la apartó, le pidió que se arrodillara, que se pusiera a su altura. Con las manos le secó las lágrimas y le apartó el pelo de la cara, le acarició.
-Cuánto sufres...-le dijo. Y acercó sus labios a los de Calévala, besándolo, un beso largo, dulce, prolongado, y mientras lo hacía le cogió la daga, abriéndole los dedos de la mano con delicadeza, la empuñó y la clavó en el duro corazón del Guerrero Ancestral. Este no lanzó ninguna exclamación, continuó besando a Emeralda, aún cuando su boca se llenó de sangre, aún cuando llenó también la de la niña. Despacio, todo comenzó a perder consistencia para Calévala, todo se sumía en un suspiro, hasta que su espíritu se elevó, alzándose a lomos de un dragón dorado que lo llevaría más allá de la cara oculta del universo, donde habitaban sus antiguos compañeros.
El cuerpo del guerrero cayó al suelo en un golpe sordo y Emeralda escupió la sangre que tenía en la boca. Había hecho lo que él quería, aunque no sabía muy bien por qué, sintió como si el espíritu de Calévala le hubiera inducido a ello, pero aún así se sintió desolada y perdida y se lanzó al cuerpo del guerrero para llorarlo. Helena salió de la tienda, y perdiendo la serenidad fue a reunirse con ellos, arrancando la daga del corazón, como si haciendo esto lo reanimara, pero consiguiendo tan sólo que brotara una fuente de sangre. Apartó a la niña de él, que también estaba ensangrentada, la cogió en brazos, besándola y llorando, mientras Emeralda tan sólo contemplaba el cuerpo inerte, sintiendo envidia del guerrero abatido.
-Yo cuidaré de ti - le susurraba Helena, pero Emeralda sabía que ya nada podría hacerlo.


Recortándose en las dunas del desierto se dibujaban las figuras de una chiquilla de no más de quince años sosteniendo a un bebé sobre sus brazos. El bebé se llamaba Emeralda y hacía ya tiempo que murió deshidratada, pero la chiquilla, Helena Encadenada, no se resignaba a su muerte. Hacía ya muchas estaciones atrás que habían abandonado Malparaíso, dejando el cuerpo de Calévala donde murió. Allí crecería el futuro de la historia, dijo Helena a Emeralda, y puede que no le faltase razón, aunque ellas no lo vieran nunca; porque la figura recortándose en las dunas del Vasto Desierto cada vez se hacía más pequeña, y el bebé en sus brazos ya había desaparecido, y la figura que se recortaba en las dunas era una niñita, de cabello negro y ojos sorprendidos, que un día vio las olas del mar huir de la orilla, tanto tiempo atrás, cuando aún era mujer, aunque ya no recordaba nada, porque su pequeño cerebro había perdido la capacidad de la memoria.

13 comentarios:

rafamapa dijo...

Renacer de las cenizas,
crecer sobre las brasas,
consumirse entre las llamas...
Y volver, volver a empezar,
porque no puedes terminar,
porque el principio
y el fin,
no son sino continuación,
de aquella profunda ilusión,
que te inició en el camino
que, a pesar de los errores,
de tropiezos, de desánimo,
compensa, halaga,
y llena, al que lo sigue
con tino.

Sigue, sigue, porque quien tiene talento, es una pena que no lo comparta. Y ya se iba echando de menos...

Oscar Olivares Lucio dijo...

Poco tiempo que tenemos, Rafa, pero se intenta seguir al pie del cañon.

Muchas gracias.

Força centrípeta dijo...

Me ha gustado mucho, Maldito.

¿Has leído el Kalevala? Lo digo por el nombre del guerrero, obviamente. Durante un tiempo lo busqué bastante, pero no hubo manera de encontrarlo. Ahora que me lo has recordado, y gracias a los duendecitos de Internet, me lo acabo de bajar.

Por cierto, te lo iba a preguntar por correo, pero ya que estoy... ¿te verías capaz de hacer un post en el blog de cine sobre doblaje? Cositas técnicas, secretos del doblador... no sé. A mí me parecería muy interesante.

Oscar Olivares Lucio dijo...

Kalévala lo conozco del grupo death Amorphis. Gran banda.

Prepararé el post.

Señó.Cherinola dijo...

bone nit tingui

un malparaíso es lo que se convertirá sierto sitio que yo me sé, en el momento en que encadenemos unas cuantas victorias consecutivas y aquellos de allá "el sentro" se queden estancados en los registros actuales. se lo digo yo, créame.

...por otro lado, ésta sería una alegoria perfecta para comparar los estados de ánimo que reinan en nuestro club en relación a los que dominan en las estancias de concha espina. el paraíso o el malparaíso estan en el interior de uno mismo.

...tanto en el fútbol como en la vida misma....

Oscar Olivares Lucio dijo...

Es usted un sabio, Cheri.

Brian Syrup dijo...

Muy inquientante, como todo lo que tu muy perturbada mente crea.

¿Has leído "El Hombre Menguante" de James Mateson, el mismo que escribió "Soy Leyenda"? Ahora que lo pienso, simempre que te recomiendo algo me dices que lo leíste hace quince o veinte años... No voy a decir de qué va, pero en cualquier caso relata muy bien el momento final de la desaparición. ¿O no es desaparición?, quizás es saltar a otra dimensión igual que un electron salta de órbita a órbita en su átomo cuando se estimula.

Oscar Olivares Lucio dijo...

Sí, primero vi la película, de muy pequeño, después leí el libro y volví a ver la película. Da a entender que mengua hasta el infinito, sin morir.

Brian Syrup dijo...

Malditofuego dijo...

Sí, primero vi la película, de muy pequeño, después leí el libro y volví a ver la película

Yo-ya...

Sí, la película la ví una vez en "La Clave" de Balbín un viernes por la tarde. "La increible historia del Hombre Menguante" en blanco y negro y aquella mítica escena del gato hurgando en la casa de muñecas y el tío menguante defendiéndose con un alfiler. Me impactó mucho de pequeño.

¿Has visto "El Engendro Mecánico"? Un peli de ciencia ficción de los años setenta.

Oscar Olivares Lucio dijo...

Sí, la vi hace unos años. Hace poco me la descargué para volver a revisionarla, recuerdo que me dio mucho miedo por entonces.

Si te gusta el Sci-fi, ahora que está de moda Moon, te recomiendo Naves Silenciosas, posiblemente, la película más triste que he visto nunca.

Anónimo dijo...

Maldito,

Perdone el atraco, pero por si de verdad no vuelve le paso lo que he escrito en el YOYA.


Yo paso por este antro para leer a algunos compañeros como usted. Me quiere decir que culpa tengo yo, de que por su decepción con Gato, me tenga que quedar sin sus comments ?

Tómese un día y el miercoles le quiero aquí para comentar la semifinal contra los manitos.
.
troyano | 12.15.09 - 1:11 am | #

Quimet dijo...

Muchos preparativos para la boda y esto sin actualizar...
demissió!!!

Oscar Olivares Lucio dijo...

Comment desde Berlin.

Volvere.

 

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